Lunes, 14 Noviembre 2011 15:06

CRÍTICA de "30 MINUTOS O MENOS": Shakespeare a lo post-moderno

Escrito por  Publicado en Películas actuales recomendadas 2022-2023

 

Cartel 30 minutos o menos

 

No todos los autores de la Historia tienen el honor de decir que han escrito los argumentos universales de nuestro mundo. Que han establecido lo que es el amor, lo que es la traición, lo que es la venganza. Shakespeare sí puede decirlo. Y aunque Roland Emmerich se empeñe esta semana en desmitificar al mito inglés para contarnos una memez más grande que el Coloso de Rodas, Shakespeare seguirá siendo el único que ha sabido plasmar con, tremenda eficacia dramática, los sentimientos que aturden al hombre. Porque cuando alguien se enamora locamente de otra persona, eso es Romeo y Julieta; porque cuando alguien detesta a la nueva pareja de su madre, eso es Hamlet; porque cuando alguien se sirve del engaño para conseguir lo que quiere, eso es Otelo. Y así, hasta completar una larga lista. Shakespeare está en todas partes. Toma distintas formas. Pero siempre es lo mismo. Siempre es la vida. Y como imitación de la vida, en el cine también está Shakespeare. También con distintas formas. Pero siempre siendo lo mismo.

 

30 minutos o menos (30 minutes or Less, Ruben Fleischer, 2011) es una comedia cachonda deudora de Tarantino y con más "fucks" por segundo que El Proyecto de la Bruja de Blair, pero, en el fondo, no deja de ser un Shakespeare. No deja de hablar de lo que somos. Y sentimos...

 

Dwayne, un hombre gordinflón sin oficio ni beneficio. Nick, un chico pizzero sin futuro. El primero decide que quiere matar a su padre porque está harto de estar permanentemente bajo su control. Necesita pagar a un asesino a sueldo. Pero no con 2 duros, sino con 100.000 dólares. ¿Cómo conseguirlos? Engañando al chico pizzero, poniéndole un chaleco bomba y mandándolo a robar un banco. Si no cumple con su cometido, saltará por los aires, del mismo modo que el osito de peluche de prueba. 30 minutos o menos es una gran frikada. Una genial gran frikada, en la que un atraco se convierte una experiencia trepidante, divertida, con diálogos que solo podría haber escrito Tarantino en sus años

mozos. La historia de unos fracasados que, llevados por sus emociones (he aquí Shakespeare), montan un lío de causas y efectos que mantiene el interés del espectador de principio a fin. Desde que Nick recibe el encargo y hasta que se sale con la suya, toda la trama sigue perfectamente los pasos de una peli de mafiosos, gángsteres o llámalo como quieras, en la que todos se traicionan con todos y la bolsa de dinero va dando vueltas. Pero lo mejor es que 30 minutos o menos construye ese relato desde la conciencia de ser un producto de la posmodernidad, con lo que lejos de hincharlo de heroísmo, lo que hace es hincharlo de patetismo.

 

30 minutos o  menos - Escena mono

La parodia, efectivamente, es el gran tesoro de esta película: extorsionadores con caretas de gorila, atracadores con pistolas de plástico o peleas más propias de un patio de escuela que del pasado glorioso de la mafia. Un mundo ridículo que ha perdido sus aspecto clásico pero no por ello su funcionamiento. Y eso es lo más apreciable de esta película: que pese a la parodia, respeta a sus mayores, respeta su tradición, la subvierte pero nunca la insulta. Porque se sabe hija de una generación en la que el cine de acción era lo más de lo más, en el que los malotes eran ídolos de masas y en el que cuántas más explosiones había, más bien se lo pasaba la audiencia. Por eso 30 minutos o menos tiene todo lo que debe tener una peli de acción, pero sin la fortaleza del pasado. Ese pasado se ha deshecho. Los ídolos de aquella época se reúnen ahora para filmar Los Mercenarios en  una tentativa de salvar sus carreras, porque hoy los malotes ya no tienen sitio en el cine, su aura ha desaparecido. La cultura freak, la sociedad del ridículo, la celebración del perdedor como nuevo héroe ha sepultado a los hombres de los músculos de acero. 30 minutos o menos es un Arma Letal,  es una Jungla de Cristal  pero pasada por el filtro looser. De ahí que un Mel Gibson o un Bruce Willis se vean suplantados hoy por un Jesse Eisenberg o un Michael Cera (el protagonista de Scott Pilgrim), 2 palurdos (sin querer ofender) que se siguen saliendo con la suya, que salvan a la chica en último momento, que tienen a un fiel aliado a su lado, pero a los que vemos no con la distancia de las estrellas, sino como colegas con los que nos podríamos comer unas hamburguesas. Quizás porque son más jóvenes. Quizás porque son más flacuchos y no temes que te arranquen un brazo en un ataque de testosterona.

 

La parodia, por otro lado, funciona también como modo de relativizar algo tan preocupante en la sociedad americana como es el terrorismo. Porque de repente, el tema que los tiene a todos permanentemente en vilo se convierte en algo de lo que reírse, en algo que ya no asusta sino que entretiene. Por ahí se introduce una cierta crítica que le da mayor vigor a la cinta: en el momento que han de atracar el banco a punta de pistola, Nick y su compañero Chet deciden cambiarse los nombre y se colocan apodos hispanos, Luis y Cruz. Con ese gesto tan sencillo, se apunta directamente a una sociedad, la americana, que ha incurrido en el grave error de señalar siempre a los mismos como origen del Mal. Y es cierto que en los 80 también se hacía, pero en los 80 no habían sucedido cosas como el 11-S. Esa capacidad de hablar claramente se extiende en la película a temas como el sexo, la violencia o la familia, en una suerte de retrato caótico y desordenado donde la idealización de la american way of life ya no tiene lugar alguno. Pero eso no se vive como algo trágico, no lo he interpretado yo así al menos, sino muy al contrario, como una normalización y naturalización de la vida americana, marcada por traumas, miedos y conflictos que afectan a sus ciudadanos, a todos y cada uno de ellos, a pesar de que se nos haya vendido otra cosa. Nick y Chet son dos chavales desgraciados y eso es lo que les hace ser tan auténticos: interpretan su mundo como seres humanos de una sociedad en la que viven y que conocen, y no como héroes prefabricados con residencia permanente en el lustroso Hollywood.

Escena 30 minutos o menos

 

El director de la genial gran frikada es Ruben Fleischer, autor de la también formidable Zombieland, un tipo que en los 80, en su plena adolescencia, por supuestísimo se tragaba cada tarde 5 películas de acción, sino más. Porque se nota que domina totalmente el lenguaje de ese género, y sino atended al comienzo mismo de la película. A nadie se le escapa que ese inicio trepidante es un homenaje a El coche fantástico, claro que al volante no va David Hasselhoff sino un pizzero que debe entregar el pedido en menos de 30 minutos. A Fleischer le va esto de reinventar géneros, empleando para ello buenas dosis de humor y otras tantas de surrealismo grotesco (y sino echad un vistazo a la mencionada Zombieland).  Eso sí, por lo que respecta a la acción, puede subvertir épocas, personajes y realidades, pero mantiene un mismo objetivo: prometernos una película frenética, que va a toda pastilla y que no se anda con rodeos. A sus guionistas Fleischer les ha dejado las cosas claras: se cuenta lo que se tiene que contar y no más. 30 minutos o menos funciona como una cuenta atrás perfecta, y esa misma dinámica sirve para que nada se alargue en exceso, para que cada escena tenga el tiempo necesario y se nos ofrezca la información necesaria. Así, a pesar de burlarse de la tradición, la película recurre al lenguaje clásico como la mejor forma de contar un relato, y también la más sugerente. A lo largo de la película se van dejando una serie de detalles que luego reaparecen para cumplir una función totalmente lógica (el láser rojo, por ejemplo), o para arrancarnos unas buenas risas (la pintura azul de las bolsas del banco, por ejemplo).

 

Fleischer no nos quiere poner a filosofar, simplemente quiere que nos divirtamos con sus peculiares criaturas; ha aprendido del cine de acción que lo que cuenta es no bajar nunca el pulso. Lo ha conseguido. Del mismo modo que también consigue imitar, a su manera, la estética ochentera por la que debe sentir auténtica pasión, porque los tejanos que me lleva Jesse Eisenberg no dudaría que los hubiera recuperado el mismo Fleisher de su armario. Y además de los jeans, el Mustang destrozado, los polígonos industriales de aspecto sórdido, bares de carretera con luces de color y mucho matón barbudo…  pequeños retazos de un tiempo perdido que siguen entre nosotros, aquejados, sucios, pero indudablemente con la misma fuerza simbólica. Eso sí, la referencialidad de la película no se queda sólo en los 80, sino que Fleisher tiene también conciencia presente, y bastante pícara por cierto: buenísimo el momento en el que los protagonistas confiesan que no han visto En tierra hostil (la película independiente ganadora del Oscar a Mejor Película en 2010), porque no la ha visto nadie y, aún mejor, el momento en el que Eisenberg, que interpretó a Mark Zuckerberg en La red social, le explica a la chica de la que está colado que él no tiene Facebook porque pasa de esa basura. Pequeños guiños que ya no necesitan el paso del tiempo para ser comprendidos, porque en la sociedad de la información la memoria colectiva se construye en presente. O mejor dicho: en presente continuo.

 

 

Jesse Eisenberg

Jesse Eisenberg (Image via RottenTomatoes.com)

Y llegamos a la actuación. He de decir que Jesse Eisenberg no es un tipo que me caiga especialmente bien; le veo un rictus de superioridad que echa para atrás, pero también se le debe reconocer talento natural para esto de la actuación. Y en 30 minutos o menos vuelve a demostrarlo: sabe manipular bien a su personaje, y lo hace evolucionar desde la indiferencia, pasando por el miedo y llegando a la determinación y la valía. Dentro del marco freak, Eisenberg se comporta como un auténtico héroe y, como en otras de sus películas, nos hace reír, no por histrionismos a lo Carrey, sino por su ironía, esa ironía tan suya que desprenden todos los personajes que interpreta y que está convirtiendo en sello propio. Lo acompaña en esta aventura Aziz Ansari, que interpreta a su compañero Chet. Desconocía a este actor, pero tiene un buen potencial para lo comedia; lo mejor de su personaje es seguramente la extraña mezcla de amor-odio que siente hacia Nick, una combinación que siempre funciona con las parejas aventureras y que Ansari sabe completar con un carácter histérico y una continua interpelación a su compañero, con quien mantiene conversaciones que, como decíamos, no le deberían envidiar nada al Tarantino de sus inicios. De hecho, en varios momentos parece que el director quiera resucitar a Vincent i Jules, porque el momento de comerse las hamburguesas dentro del coche recuerda demasiado a Pulp Fiction para ser una mera casualidad. Completan el reparto principal los actores Danny McBride y Nick Swardson, como Dwayne y Travis, los extorsionadores que obligan a Nick a conseguir el dinero. La pareja también funciona, aunque la suya es una relación más convencional, en la que McBride es el sabelotodo y Swardson viene a ser el tonto. Quizás por eso están condenados a perder. Ellos son, de algún modo, una parte de ese pasado del género de acción que ya no tiene lugar en nuestros días.

 

 

30 minutos o menos no es un peliculón, pero sí una buena película, y lo mejor, una buena experiencia. Está resuelta con inteligencia y buen gusto, te divierte y te emociona, así que, visto lo visto esta semana en cartelera, tampoco se le puede pedir más. Porque cuando lleguéis al cine podréis elegir entre un film que os cuenta que Shakespeare no escribió nada de lo que escribió, o bien decidiros por la historia de dos pringados que, en el fondo, no son más que un par de caballeros del XVII amenazados por un rey, que tienen que conseguirle un tesoro para no perder la vida y no perder así a una esposa, a una hermana. Sed clásicos, por favor. Elegid a Shakespeare.


ojodepez tiene un blog de críticas de videoclips: laculpaesdelamtv.blogspot.com

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