Hay películas que son más actuales al cabo de unos años de salir, que cuando son estrenadas en el cine: este es el caso de Contagion, de Steven Soderbergh, el director de la nueva serie "The Knick" que, basándose en la pandemia de gripe porcina de 2009, narra la propagación mundial de un virus del que no parecer haber cura posible.
Sí: una película que ahora puede parecer más interesante para muchas personas preocupadas con el impacto del Ebola en los últimos días y semanas.
El planteamiento de partida nos podría hacer suponer que estamos ante el típico largometraje que se sirve de la infección sólo para asustarnos, pero por suerte, Soderbergh va más allá y convierte su película en objeto de reflexión sobre lo que una epidemia como la que él describe lleva consigo.
Y lo que lleva no es sólo infinidad de muertos, sino una extensa red de influencias, una infinidad de aparatos políticos que controlan a la población como si de un rebaño se tratara.
El primer acierto de Contagion es arrancar con un acontecimiento particular, la muerte de la primera víctima por el virus, y a partir de ahí desgranar cómo se organiza el Estado para reaccionar contra la propagación. La película es, pues, una exploración y una taxonomía: están implicados el gobierno, el centro de control de enfermedades, la OMS, las farmacéuticas, los periodistas...
Soderbergh no se deja a nadie porque quiere mostrar todas las posibles actitudes ante una pandemia: la necesidad de ocultar información para impedir el pánico, el imperioso deseo de atacar ese engaño, el compromiso social de algunas instituciones pero también el usufructo de otras tantas. Se nota, en este sentido, el extenso trabajo de documentación llevado a cabo por el director, porque todo se narra con una fidelidad extrema y esto invita a confiar en el discurso del film y en los acontecimientos que expone.
La historia va saltando de una esfera a otra, y los vínculos inevitables entre las diferentes partes consiguen atraparte en un thriller frío, desangelizado y que sacrifica los efectos baratos del miedo para pasmarte sacando a relucir que hay otros virus peores: el pánico, la desinformación, la soledad, la muerte. Y Soderbergh los aborda no con un discurso global e impersonal, sino desde la dimensión individual, como algo que podría sucedernos a cualquiera de los presentes. Así es como logra concienciarnos sobre los males de nuestra época.
El problema principal de la película es que la ansiosa voluntad del director por describir minuciosamente a los implicados en la epidemia, al fin no resulta tan contundente como se pudiera haber esperado. Contagion es una película demasiado fragmentada, con demasiadas subtramas y con demasiados protagonistas. Da la sensación que Soderbergh tuvo la suerte de reunirlos a todos y no quiso desaprovechar la oportunidad, pero al querer mantenerlos también a todos en pantalla debe ir saltando de uno a otro, y no dispone del tiempo suficiente para desarrollar sus conflictos.
Al fin, las circunstancias y objetivos de cada cuál resultan demasiado simples y la finalidad crítica, esto es, la existencia de empresas farmacéuticas que se lucran de situaciones como las que describe Contagion, pierde fuerza irremediablemente. A esto se le suma el ritmo pausado y descriptivo, exageradamente realista por el que Soderbergh se ha decantado, que en algunos tramos no acaba de encajar con la situación de desconcierto global y puede hacer desconectar a parte de la audiencia, que perderá el interés por el discurso político del autor; quizás por ello, hacia la mitad de la película, intenta paliar esa sensación desangelada con las típicas secuencias de saqueos y desorden civil, que son necesarias, pero traicionan el espíritu de la cinta que se nos había prometido.
Por el contrario, cuando el director quiere transmitir el mal desde la sobriedad que lo caracteriza, ahí es donde está más acertado. Y esa es seguramente una de las grandes virtudes de esta cinta: su gélida descripción de los sucesos consigue en algunos puntos una incomodidad soberbia. Por ahí alcanza la singularidad en el conjunto de filmes apocalípticos que comentábamos al principio; donde la mayoría añadiría grandes redobles de tambor, Soderbergh ha optado por una realización que limita el dramatismo y potencia la angustia por la mera composición del plano.
Así, por ejemplo, justo al inicio, cuando describe como la infección se va propagando entre las diferentes víctimas, nos enseña el rastro manteniendo la cámara unos instantes sobre los vasos, las barras del autobús u otros objetos que han tocado los infectados, y esa mera contemplación unos segundos más de lo habitual genera en ti pura hipocondría y un estado un tanto psicótico. Porque a nadie se le escapa que después de ver Contagion te vas a encontrar a ti mismo en el metro de tu ciudad pensando concienzudamente si vas a volver agarrarte a las barras. O si vas a volver a beber del vaso del que haya bebido antes alguien. Que eso se consiga por pura planificación me parece de un talento envidiable.
La puesta en escena se completa con la fotografía también glacial de Peter Andrews, y las pocas y mesuradas notas musicales de Cliff Martinez. La suma de todos estos ingredientes lleva consigo un inevitable alejamiento dramático que se puede confundir con falta de humanidad. Muy al contrario, si se consigue entender a Soderbergh estaremos ante una conexión más grande: la conexión con la cruda realidad.
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En cuanto a los actores, el cast es seguramente uno de los mejores de este año: Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Marion Cotillard, Jude Law, Kate Winslet y Laurence Fishbourne. Este reparto, no obstante, debe ser visto con la misma mesura que Soderbergh trata su película, porque ninguno se luce especialmente y el director los trata deshaciendo su aura de estrellas hollywodienses. Y la prueba más evidente es que a Gwyeth Paltrow se la carga al cabo de 10 minutos de aparecer, y más o menos lo mismo hace con Kate Winslet. Soderbergh los usa para abarcar los diferentes asuntos de los que habla Contagion y una vez hecho, los elimina, así de simple, así de frío.
De todos ellos, en el tiempo que el director les brinda, me quedo sin lugar a dudas con Jude Law, el blogger Alan Krumwiede que quiere destapar la verdad sobre la vacuna contra el virus. Su mordacidad, su contundencia, le imprime a la película un pulso único cada vez que el inglés aparece.
Los otros dos actores masculinos no me convencen tanto: Damon, como el padre de familia Mitch Emhoff, está incluso demasiado frío para el tono de la cinta, y resulta chocante su indiferente reacción al saber que su mujer Beth (Paltrow), ha muerto; Fishbourne, que interpreta al doctor Ellis Cheever, hace de sí mismo, poco más. Es Morfeo pero sin gafas y con americana y corbata.
En cuanto a ellas, a Winslet, que hace de la doctora Erin Mears, la he visto demasiado mecánica, demasiado impasible, notas ese talento inherente en ella pero también sabes que no lo termina de llevar al límite, y lo mismo podría decirse de Cotillard, la doctora Leonora Orantes de la OMS, que en esta cinta no consigue cautivar como de costumbre. Pero repito que existe una gran probabilidad de que esta sensación no dependa tanto de ellas como de la dirección de actores, así que mantendré mi alta consideración sobre este pedazo de actrices.
Contagion no ha sido tan prometedora como parecía a primera vista, pero se agradece al menos una propuesta diferente en el extenso género del Apocalipsis. Aguardando con ansia la llegada de Melancholia, que según me han contando es sencillamente brutal, ya he podido comprobar que la nueva semana parece presentarse bastante muerta de buenos títulos. El indicativo más claro: que Sara Jessica Parker vuelve a la cartelera. Otro de los contagios de nuestro tiempo.