Con guión de Aaron Sorkin y dirección de Danny Boyle
Cuesta digerir una película como la de 'Steve Jobs'. Boyle es tan consciente de tener que hacer algo épico y diferente, que se pierde por el camino centrándose sólo en los tres episodios más importantes de la carrera del empresario.
Aún así, es suficiente para entender el tipo de persona que era Jobs: consciente de su poder sobre el resto de mortales, ésto reforzaba su egocentrismo y su absoluta falta de empatía hacia el resto.
Quizá, con la única persona con quien termina entablando una relación más estrecha es con su hija no reconocida, un punto maravillosamente llevado a cabo a través de los años y durante los tres actos del film.
Boyle intenta por todos los medios que su biopic se parezca al de 'La Red Social' de Fincher: por ello decide llenarlo de diálogos brillantes a través de pasillos interminables en los que, al final, la gente que los llena viendo pasar a este "Mesías" solo puede pensar que se trata de un estúpido con mucho dinero.
Prácticamente lo mismo que pasaba en la película sobre Zuckerberg, aunque si a Jobs le metes una batería de jazz durante los diálogos, la ecuación terminará dándote como resultado el 'Birdman' de Iñárritu.
No es de extrañar las similitudes entre las películas de Boyle y Fincher teniendo en cuenta que ambos guiones están firmados por Aaron Sorkin.
Y no estoy diciendo que sea una mala película, ni mucho menos, pero Danny no es Tarantino, y filmar una película de tres actos a modo obra de teatro y de larga duración, puede ser peligroso si alguien no termina de entrar en los diálogos. Es decir, te mueves entre lo tedioso y aburrido dependiendo del momento.
Claro está que Fassbender se come a Jobs, a Boyle, a la pantalla y al propio espectador. Es él quien lleva la batuta y dirige la orquesta a su manera. Sin Fassbender no hay película ni historia sobre Steve Jobs posible.
Aún así, todo ese peso no es suficiente como para crear una película completamente redonda.