Estábamos avisados. Lo que Disney ha intentado con el episodio VIII ha sido hago puntual y experimental, pero sin perder la esencia de Star Wars.
Hasta ahí todo bien. De hecho, no me parece ni mucho menos una mala decisión: la saga lleva tiempo oliendo a rancio, y vista está película y todo el bombardeo promocional de lo que está por venir, hace que nos volvamos a plantear si no habría sido mejor dejar las cosas como estaban. Aunque fuera solo con los episodios I, II y III, pues pese a la pésima acogida que tuvieron en su momento, me parecen más fieles a la mitología propia de la saga que todo este nuevo arsenal de efectos especiales y espectacularidad... pero sin alma.
Siempre podremos decir que la factura técnica es impecable, pero admitámoslo: a Star Wars sólo le queda el hecho de ser una saga que cambió el cine de ciencia ficción y que, con cada episodio, pierde más fuerza.
A esta nueva trilogía sólo le quedaba rescatar a los míticos Han Solo, Luke y Leia Skywalker para tocar la fibra más sensible de los puretas de aquella Guerra de las Galaxias hoy ya tan lejana, pero su aparición en estos dos primeros episodios termina siendo ridícula e innecesaria. Luke es un mal chiste, admitámoslo.
Al final queda un film en el que, aparte de un desfile de cameos a lo Torrente, se apoya en un guión tan frío y aburrido como largo y calculado, sin pies ni cabeza, en el que lo único que impera son las ganas de amasar dinero antes, durante y después de su estreno.
Y lo peor es que parece que habrá saga hasta el día de Juicio Final.