Siempre es una cuestión de ego que un actor más o menos de culto termine detrás de la cámara para intentar demostrar que es lo que puede ofrecer.
Siempre hay maravillosas sorpresas como la de George Clooney, Eastwood, Allen e incluso me aventuro a nombrar al bueno de Ben Affleck, pero lo que está claro es que hay casos en los que ya podemos preveer cual será el resultado sin por ello tener que utilizar una bola de cristal...
Es el caso que nos ocupa. La primera película dirigida por el guaperas de Ryan Gosling quien en poco tiempo pasó de ser el actor de moda a ser el pesado que no sabía poner otra cara de palo frente a la cámara.
Detrás de ella tampoco es que se haya lucido el muchacho, pues aún reuniendo a los amigotes con los que ha trabajado en algún momento como Eva Mendes o Ben Mendelsohn, el resultado final termina siendo tan vacío como las interpretaciones de su director.
Cierto es que la parte técnica es impecable al estar acompañada de colores tan cálidos y saturados, al igual que el diseño de sonido es impecable a la vez de envolvente, pero no nos engañemos, al final son minucias que pueden mejorar un film, pero no arreglarlo.
Gosling bebe aquí de universos poblados de seres oscuros comos los de Lynch, de la vida contemplativa de Malick y de la violencia intrínseca de Winding Refn creando un pastiche sin sentido alguno que huele ha visto repetidas veces.
Quizá ese es el problema, saber desde un principio que lo que nos están contando no es más que una copia de los mejores y eso llega a convertir la historia en un maldito bluff de pretenciosidad que de alguna manera era lo que esperaba ver de alguien como Ryan Gosling. ¿Por qué será?