Mike Cahill se presenta esta vez con una historia mucho más profunda que la sobrevalorada "Otra Tierra". Transita por parajes similares, pero con una exposición de los hechos mucho más calculada y real.
En "Orígenes" hay sentimientos, pero son absolutamente necesarios para complementar una historia tan compleja a la vez que sorprendente.
Cahill hablaba sobre la película en Sitges, festival donde se llevó el premio a la mejor película, sobre los sentimientos y el miedo latente que existe a la hora de hablar de ellos.
Siguiendo estelas como la de Michel Gondry o Spike Jonze, la trama nos hace acompañar a los personajes durante una relación que empieza y acaba con la misma naturalidad a la que nosotros estamos familiarizados.
De esa manera entendemos el amor que sienten los personajes, su euforia y sus ganas de comerse el mundo juntos, pero también nos identificamos con sus miedos, decepciones y sufrimientos.
Más allá del amor, Orígenes nos plantea la idea de que quizá en los ojos pueda residir el alma de la persona y de ahí poder reencarnarse en otros ojos exactamente iguales, lo cual tiraría por tierra todas las teorías científicas en las que su principal protagonista, un enorme Michael Pitt, ha creído desde pequeño.
¿Es posible encontrar una prueba irrefutable de que Dios no existe y convencer con ella a alguien religioso o viceversa? ¿Si fuésemos testigos de un milagro divino, la ciencia se replantearía sus creencias?
Sea como fuere, el amor es capaz de dar fe al ser más científico del mundo. Quizá por ello, Orígenes es un soplo de aire fresco que te hace salir de la sala con la sonrisa dibujada en la cara, no solo por su preciosa historia de amor, sino por lo reflexivo de su original planteamiento.