Una buena patada en las pelotas a todo lo políticamente correcto.
Que no os engañen. Crudo no es una película de terror, ni siquiera se le parece por muchos litros de hemoglobina que aparezcan en pantalla.
El film de Ducournau es pura provocación. Su adicción a la carne es fruto del despertar sexual de una niñita sobreprotegida, con ansia de despertar y no pasar desapercibida en su primera aventura universitaria.
Este proceso lleva a nuestra protagonista a convertirse en mujer y dejar de ser el patito feo que hasta ahora ha sido.
No debemos exagerar: no es una película gore, ni hay necesidad de desmayos o vómitos -a no ser que forme parte de la campaña de marketing que se ha llevado a cabo para su estreno y distribución-.
Crudo no quiere jugar a eso, es más sutil dentro de su salvajismo y nos muestra una historia de adolescentes sin rumbo afectados por la falta de identidad y las ganas de ser alguien dentro del hábitat al que pertenecemos.
La elección de la directora de hacerlo a través de ese mundo onírico tan cercano al de Cronenberg, consiguiendo un resultado tan repulsivo como increíblemente estilizado para contar un viaje interior no apto para vegetarianos, quienes también podrían verse ejemplificados en la gran pantalla. Una buena patada en las pelotas a todo lo políticamente correcto.
Crudo es el radical mensaje feminista que nuestra sociedad necesita. El problema es que, como ya sabemos, no es apto para todos los estómagos.