La pérdida de moral por parte de todos los personajes a medida que avanza el film es tan bella como brutal gracias a un inhóspito paraje que servirá de tumba para la mayoría, pero también de purificación del alma y redención para nuestro protagonista.
Jonás Cuarón parece ir tras los pasos de su hermano y, aunque le queda mucho camino a la hora de resolver conflictos de guión, lo cierto es que la realización de sus historias van muy a la par con las de Alfonso, al menos en lo que a potencia visual se refiere.
El único problema es intentar vender un drama social cuando el lenguaje que mejor trabaja Cuarón es el del thriller. Y cuanto más violento, mejor. Atrás queda toda esa reflexión política que un tema como la inmigración podía dar.
En cambio, el directo toma distancia con lo que ocurre en la pantalla para que el espectador deje de ser un personaje más y se convierta en voyeur de la caza indiscriminada que Jeffrey Dean Morgan lleva hasta las últimas consecuencias en un último acto desesperado por limpiar la frontera a través de sus derrotas y fantasmas.
La pérdida de moral por parte de todos los personajes a medida que avanza el film es, por momentos, tan bella como brutal gracias a un inhóspito paraje que servirá de tumba para la mayoría, pero también de purificación del alma y redención para nuestro protagonista, el siempre correcto Gael García Bernal.
Si Jonás Cuarón pretende seguir transitando este tipo de sendas, le damos la bienvenida al maravilloso mundo de thriller de serie B.