La carrera de Woody Allen ha sido una montaña rusa en los últimos años. De alguna manera el neoyorkino encontró la fórmula para seguir en activo haciendo una película por año, empresa difícil si se quiera gozar siempre de la popularidad y la calidad que sus productos tuvieron en tiempos pasados.
Ayer me presentaba a esa cita anual sabiendo lo que me puedo encontrar y hasta donde un anciano como Allen, que ya ha contado todo y más, puede llegar.
Cierto es que en el nuevo milenio Allen golpeó muy fuerte con Match Point, película particularmente sombría que resulto ser una obra maestra sin precedentes.
Aquella, al igual que Irrational Man, recorría zonas oscuras donde el crimen pasional tiene un lugar muy importante.
Aquí nuestro protagonista es un profesor de filosofía que ha perdido cualquier atisbo de sentido por la vida. Deambula por su nuevo trabajo como profesor de universidad en una pequeña localidad mientras de un modo u otro seduce muy a su pesar a quien se cruza en su camino.
Sus teorías filosóficas sobre el ser un humano y su propia existencia resultan interesantes para todo aquel que se acerca al personaje de Joaquin Phoenix, pero al mismo tiempo alimentan su ego y autodestruyen más su espíritu.
Los personajes de Allen tienen algo propio de él mismo en mayor o menor medida. Su filmografía está plagada de ideas filosóficas que ha ido recapitulando a lo largo de toda su vida. De algún modo los filósofos a los que ha leído le han influido a la hora de crear sus propias teorías sobre la vida, la muerte y el amor.
Todo es una lección de filosofía hasta que en nombre de esta se cometen actos irracionales como los que dan título a la película y que solo un enfermo como nuestro protagonista podría intentar racionalizarlo.
Quizá Irrational Man no tenga la brillantez de las anteriores películas de crímenes de su autor, es difícil mejorar caminos ya transitados, pero lo que si es seguro es que Woody Allen aún controla a la perfección la seriedad que conlleva no traicionar la ética personal que cada uno somos capaces de imponernos.
Una grata sorpresa.