James Mangold es un tipo con una carrera ciertamente irregular que lleva décadas dando tumbos: Maravillas como Identidad, En la Cuerda Floja o El Tren de las 3:10, contrastan con la mediocridad de Kate & Leopold, Noche y Día o la horrible precuela de este Logan, Lobezno Inmortal.
Una continuación de aquella X-Men Orígenes: Lobezno, que aguantaba el tipo y entretenía muchísimo más. Pero Gavin Hood siempre ha jugado en otra liga...
Resulta curioso que, ante ese batacazo, vuelva a ser Mangold el encargado de contar este último episodio en el que, a pesar de su larguísima duración (cerca de las dos horas y media), ha sabido captar toda la desolación que envuelve al personaje.
Es, por tanto, la mejor película de una saga que podría haber dado mucho más, al igual que en los cómics.
No olvidemos que Lobezno es el único personaje de los X-Men que tiene su propia tirada -al igual que su propia saga de películas- debido a que también es el más interesante y carismático de todos ellos.
Logan parece un viejo western al situar la acción en algún lugar del desierto fronterizo a través de un ritmo pausado más propio del cine del oeste que del de súperhéroes.
Hay acción y violencia desmedida, quizá más que en ninguna otra, y eso es lo que prima. Los personajes giran en torno a su intensidad dramática, el realismo sucio, las generaciones y el cariño que crean los vínculos.
Y entre todo esto, hay espacio para el Logan más feroz de todos. Más cabreado consigo mismo y lo que le rodea que con sus propios enemigos. Todo se ha ido a la mierda y, por poco, también sus ganas de redención.
No hay marcha atrás, pero quizá podemos ayudar a los que vienen insuflando más vida e ideales.
Y por ser tan duro consigo mismo, es imposible no empatizar con el cabreo macabeo de Logan.
Un justo adiós a un personaje que, pese a habernos hecho pasarlas putas en alguna de sus horribles secuelas, nos deja un sabor de boca tan triste cómo épico.