Sorprenden las barbaridades que llegas a oír sobre una película solo por condicionantes que no deberían tener nada que ver con la calidad de esta.
Con Maggie pasa algo muy curioso, pues el gran público esperaba ansioso la película de Schwarzenegger en la que iba a vérselas nada más y nada menos que con zombies.
Esos primeros ecos son siempre los que más daño hacen, como cuando Iñárritu iba a hacer con una película de superhéroes y aparece con Birdman, ¿no?
Entonces sueltan la bomba y te dicen que es una película exenta de acción en la que el austriaco ha exprimido al máximos sus escasas dotes para la interpretación y aparece todo ese halo alrededor intentando convertirlo en un film de culto.
Pero nada más lejos.
Maggie es una película seria, eso es cierto. El planteamiento es bastante interesante, pues el hecho de que un padre quiera pasar los últimos días con su hija antes de que esta se transforme en zombie y haya que matarla es como mínimo curioso.
Aún más interesante es el enfonque zombie como una enfermedad. La hija de Arnold está infectada, pero si en la historia hubiera estado enferma de leucemia, habríamos tenido prácticamente la misma película.
Por lo demás, el film carece totalmente de interés o ritmo. Hobson juega a ser Malick y pasea a sus personajes por la película gozando de la vida contemplativa mientras uno piensa cual será el momento en el que todo estalle y empiece a correr la sangre.
Chocan las limitaciones de Schwarzenegger, aunque tampoco sorprende ya que todos conocemos el tema y por ello no es el mayor problema. Nos intentan vender un dramón de después de comer como film independiente, pero le falta la melancolía y la identidad de este tipo de cine.