El cine español se apunta otro tanto con esta secuela que se ha convertido ya, en la película más taquillera del año en nuestro país.
Si hace un par de años "Ocho Apellidos Vascos" arrasaba en nuestras carteleras con un humor más o menos facilón pero que jugaba aún con ciertos elementos sorpresivos, la aventura catalana termina siendo no solo una película insustancial, sino que ahora la vergüenza ajena ocupa un lugar bastante importante en su primer visionado.
Las cosas no cambian. Trasladamos la historia de señorito pijo andaluz a la ciudad más cosmopolita de la piel de toro, la llenamos de clichés manidos sobre los catalanes y, lo que falta, lo cubrimos de gags de humor chusco como en Torrente.
Mezclar bien y servir como la comedia de la temporada.
Y no es de extrañar, pues si el español medio no pisa un cine durante todo el año excepto en tan señalados estrenos como este, está claro que la culpa es directamente nuestra y de nuestros selectivos gustos.
Todo en Ocho Apellidos Catalanes es un desbarajuste. Desde la falta de química entre Rovira y Lago, dos pobres que sin comerlo ni beberlo se han convertido en la pareja del año -carente de toda esa química que les quieren atribuir-, hasta los absurdos retratos de la sociedad catalana.
El pobre Berto Romero se ha terminado dando de bruces contra un muro. Su personaje es tan estereotipado, que termina causando grima. Un hipster pijo, pedante y gilipollas. Haberlos los hay, pero ¿ese es el poso que queda del ciudadano medio de Barcelona?
Si, es cierto, vivo en la ciudad condal y, por ello, aún me parece más feo que se hable sin saber, que se den por hecho varios clichés que no hacen otra cosa más que avergonzar al espectador por la poca idea y el nulo trabajo realizado para hablar de según qué temas.
Pero claro, quitando que Emilio Matínez-Lázaro solo debió pisar tierras catalanas para presentar el film, lo peor es que ni siquiera se atreve a ir a degüello a la hora de entrar en situaciones más o menos incómodas con los jugosos tiempos que corren.
Quizá ese habría sido un tanto que se habría apuntado el equipo de la película, pero ya lo sabemos: es mucho más fácil no pasar esa línea que separa lo políticamente correcto de lo que no y todo termina siendo una inmensa tontería insustancial.
Lo peor es la amenaza final de una tercera parte en Galicia… Si esto ocurre y en dos años tenemos Ocho apellidos Gallegos en cartel, a Billy Wilder pongo por testigo de que jamás volveré a ver cine español.
"Éste es un error muy común", no "Este es un error muy común", se me ha pasado la tilde.
Cosas de la escritura automática del teclado. ;)