No pierdas tu valioso tiempo con ella: a mitad del metraje ya tendrás claro el tipo de producto que tienes delante.
Es cierto que el género de ciencia-ficción es inequívoco, pero también lo es que en este caso es una mera tapadera para disfrazar una insulsa historia de amor completamente descafeinada y manida que, por momentos, se pone tan tonta como esas comedietas americanas a las que tan acostumbrados estamos.
Chris Pratt hace lo posible por desquitarse de su faceta más canalla, papel que aún no ha debido escribirse para él, mientras que Jennifer Lawrence trabaja con el piloto automático puesto.
Todo juega en contra de una historia que hubiera podido ser más que interesante, pero que apuesta más por el blockbuster convencional que por rebuscar en las miserias de la soledad humana.
Cada propuesta ética es pisoteada por una serie de lugares comunes tan vergonzosos como poco arriesgados en los que Tyldum ha querido buscar el beneplácito del público adolescente. Y es que, aunque en su momento fuera bautizada como el Titanic espacial, la verdad es que a día de hoy ya todos la hemos olvidado, pues no le llega ni a los tobillos al discutido film de Cameron.