Bueno, pues ya está aquí la que ya (han convertido) en la cita anual con la saga Star Wars, que entiendo haga felices a los fans, pero que para los que hemos crecido con las idas y venidas de la galaxia -muy, muy lejana-, empezamos a notar cierto tufo a la compra millonaria de Disney.
Entender hoy por hoy en qué tiempo situar cada historia (cuál es precuela, cuál secuela y cual spin-off), empieza a ser un ejercicio realmente tedioso en el que sería necesario plantearse hacer un master a distancia o presencial, pues tanto universo Star Wars ha hecho que mi leve recuerdo de El Despertar de la Fuerza se desvanezca.
Igual me estoy haciendo mayor a la vez que gruñón, pero toda esta maniobra de marketing centrada en explotar la franquicia de manera vergonzosa, mancilla de mala manera aquel recuerdo de esos tres films de culto de finales de los años 70 y principios de los 80.
Visto lo visto, incluso sonrío si vuelvo a ver la segunda trilogía (la primera cronológicamente hablando) antes que levantarme de la butaca para aplaudir porque el pobre Han Solo o la hinchada Leia aparezcan para goce de los más desquiciados seguidores. Y desde luego, me parece una aberración que el pobre Peter Cushing levante la cabeza para hacer de muñeco inexpresivo al igual que Carrie Fisher…
Todo vale, incluso que Vader aparezca aunque, a pesar de que temporalmente no les ha tocado las narices a los Skywalker, sea menos bravo y terrorífico que nunca.
Claro está que eso no quiere decir que todas las escenas de acción estén incluso mejor rodadas que el Episodio VII: el esfuerzo es mucho mayor y las ganas de hacerlo bien son superiores a las de J.J., pero... ¿era necesario todo esto? Vamos de cabeza hacia la mediocridad Star Wars, igual no ahora o dentro de 3 años, pero llegará el momento en el que todo sea una gran parodia de lo que fue.