Nunca vemos lo más importante de un abrazo. Jamás podemos divisar el rostro del ser que en ese íntimo momento nos acoge, sujeta y reconforta... No sabemos si sus ojos están abiertos o cerrados,ni la potencia de su mirada, ni los pequeños y sutiles gestos o muecas que sugieren lo que se está sintiendo. Podemos estar fuertemente abrazados y realmente alejados. Esa es la incógnita y la intriga del gesto que se comparte, y lo primero que me pregunto es por qué todo lo bello tiene que llevar el misterio adherido.
Lo que vivíamos tenía misterio. Ninguno de los dos lo buscó,pero ambos lo necesitábamos. Fue hallado por casualidad,pero soñado con alevosía. Tan esperado con paciencia como devorado sin calma. Era tan elevado lo que sentíamos, que quizás nos pareció demasiado grande. Tan perfecto y puro lo que compartíamos,que no pudimos soportarlo. Tan extrema belleza tal vez dañaba la retina interna del ser humano...
Nos dimos aquel abrazo sin saber que sería el último. Demasiado subjetivizados por la mútua adoración profesada,éramos incapaces de detectar las señales que nuestra amiga incondicional,la intuición,no dudaba en enviarnos. Estuve una vez más entre sus poderosos y exóticos brazos, pero esta vez mi verde iris no quedó oculto tras la cortina de mis pupilas. No conseguí perder el mundo de vista, y mi mirada se quedó clavada en el más ordinario de los vacíos, y, por primera vez con ella,se oyeron los sonidos típicos de la calle mientras estaba rozando sus devastadores labios.
Metidos en el tono más gris de las confusiones, lo único que teníamos claro en ese momento era que no podíamos separarnos ni renunciar a todo aquello. Éramos dos personas que necesitaban tener el TODO o la NADA. Puede que esa fuera la razón por la que pactamos tener una imposible relación a medias.
El abrazo era incómodo. El sentimiento de tristeza se antojaba corto,humilde y pequeño para tan hiriente escena. Salí de sus brazos delicadamente, como siempre hacía con ella, y en completo silencio. Nos dimos un doloroso beso que aún hoy intenta cicatrizar en la comisura de mis labios, e inmediatamente bajamos la cabeza, hundidos y derrotados. Giramos la orientación de nuestros cuerpos con la más absoluta discreción, con la oculta intención de que ni el mundo ni nuestro ser amado se dieran cuenta de la terrible torpeza que estábamos cometiendo.
El mundo volvía a ser aquel lugar inhabitable que habitábamos. Se fundieron las luces de colores que siempre nos acompañaban. Despidieron a todos los miembros del cabaret que tan cerca nuestro se organizaba. Desaparecieron todos los dulces de nuestro planeta y la banda sonora de nuestros sueños dejó de ensayar esas músicas celestiales.
Cuando intenté introducir la llave en la puerta de la entrada,me dí cuenta que no había salida. Estaba mucho más que deprimido,me sentía disparado. Volvió a mí esa vieja imagen que construí en mi mente cuando era un inadapatado aún adolescente tras ver una de esas películas clásicas sobre los negocios de la mafia: un coche de un color íntegramente negro se acercaba hacia mí,lentamente,dándome tiempo a pensar y observar. Sus oscuras ventanas me miraban,amenazantes, hasta que una de ellas,automáticamente,se fue bajando. Por la ventana asomaba un revólver con silenciador,bien sujeto por una vigorosa mano humana,que era la encargada de apretar el gatillo y proporcionarme aquello que tanto anhelaba.
Dejé de soñar con aquello e hice que la llave abriera la puerta de mi condena. Al cruzar el umbral me dí cuenta de que ya no andaba,sólo me arrastraba. Tenía que subir esos cuatro pisos, esas 111 escaleras... Estaba en el entresuelo,pero sentía vértigo de subir. Ya había oscurecido,y no podía ver mucho. Tuve que acercarme al interruptor, y fue cuando di la luz que pude observar como todo se había teñido de negro.