Encadenando con la famosa estrofa de la anterior entrega de rimas encadenadas, Campoamor nos transmite en estas doloras el pesar por la pérdida de un ser querido, pero sobretodo nos quiere hacer partícipes de las diferentes opiniones alrededor de un mismo hecho, en este caso en un entierro.
La dolora XXXVI es un buen ejemplo de lo que él decía que debía ser una dolora: “se debe hallar unida la ligereza con el sentimiento y la concisión con la importancia filosófica”.
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XIX
Aun el pesar me asesina
de cuando aquí por muy cierto
se dijo de CAROLINA.
que (¡Dios os libre!) había muerto.
El que menos,
con ojos de espanto llenos,
«¡cuánto lo siento!», exclamaba...
Pero ninguno lloraba.
(...)
XXXVI
¡Pobre Carolina mía!
¡Nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
Un clérigo. -Empiece el canto.
El doctor. -¡Cesó el sufrir!
El padre. -¡Me ahoga el llanto!
La madre. -¡Quiero morir!
Un muchacho. -¡Qué adornada!
Un joven. -¡Era muy bella!
Una moza. -¡Desgraciada!
Una vieja. -¡Feliz ella!
-¡Duerme en paz! -dicen los buenos.
-Adiós! -dicen los demás.
Un filósofo. -¡Uno menos!
Un poeta. -¡Un ángel más!
LVIII
(...)
Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
todo es según el color
del cristal con que se mira.
NOTAS:
Dolora XIX: Glorias póstumas. A don Nicomedes Pastor Díaz, con motivo de la falsa muerte de una amiga (primera parte).
Dolora XXXVI: La opinión. A mi querida prima, Jacinta White de Llano, en la muerte de su hija.
Dolora LVIII: Las dos linternas. A don Gunersindo Laverde Ruíz (una estrofa).
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