¡Yupi!
En una sociedad postmoralista como es la actual, el valor de la palabra “deber” ha quedado descontextualizado. Nada que ver con aquella idea idílica de los antiguos griegos en que el trabajo formaba parte del buen ciudadano. En la actualidad, sabemos que para vivir tenemos que trabajar para ganar dinero y así, poder traer algún tipo de ingreso a nuestro hogar, y poder disfrutar de la mayor parte de bienes y servicios necesarios para poder subsistir (algunos podemos situarlos como necesarios entre comillas, como el móvil, por poner uno de tantos ejemplos). Gracias Motorola.
Lo cierto es que el materialismo se ha convertido en algo habitual y cada vez más las necesidades son menos “necesarias” y más exhibicionistas.
Tengo que comprarme un móvil nuevo. Claro, tiene que tener GPS, y me estoy mirando uno que tiene un paquete Office dentro. Así podré llevar un ordenador encima. Si me preguntas si realmente lo necesito te diré que no, pero… ¿Por qué no comprarlo si me será extremadamente útil?
Muchas veces en mi vida he conocido a determinados hombres que siempre han querido los mejores coches, la mejor tecnología, la mejor casa, el mejor trabajo y/o sueldo, las mejores chicas, y se han olvidado de cultivar lo realmente importante, el espíritu.
El dinero es importante para mí. Ahora que trabajo en un banco, soy más feliz. Ello me permitirá tener lo mejor en todo. Y así conseguiré pareja mucho más rápido.
No te puedes ni imaginar cuántas chicas me han dicho a la primera de cambio qué coche tenía su novio. No sé. Estoy seguro que si yo le hubiera dado una situación económica superior la cosa hubiera prosperado.
Tengo una amiga que aún a día de hoy dice que ella se casará con un millonario. O al menos ese es el sueño de su vida. Me parece increíble que eso sea un sueño.
No digo que todos los que quieren lo mejor hayan olvidado pensar en quien son, pero sí en algunos casos. Varias veces me he cruzado con personas de tal talante. Y cuando empiezas a rascar un poco, muchos de estos personajes, no saben quién son. Incluso a muchos ni les importa. Algunos se escudan en que no entienden mis preguntas, otros se quedan hechos polvo al darse cuenta de que le han estado dando importancia a algo sumamente intrascendente por el mero hecho de aferrarse a algo. Otros simplemente no quieren hablar. A partir de ahí, se bloquean y no saben rebatir nada, porque sus problemas internos están solventados con una creencia de que el éxito o el prestigio viene relacionado con algo monetario, quizá porque socialmente, en parte sea así.
Ya no se trabaja con la idea del deber. Hemos entrado en un ciclo donde la importancia que tiene el trabajo es meramente contractual. Ofrecemos servicios a alguien que nos paga. ¿Eso no es un poco vendernos? Hemos olvidado aquello de la autorrealización o que el trabajo es realizar servicios a la comunidad, o que los trabajos pueden ofrecernos algo más que dinero. Quizá estabilidad, ego, autoestima, o aprendizaje.
Entendemos la vida como un camino en el que hay que divertirse. Pero en ocasiones olvidamos que las ocho o diez horas de trabajo diario, también pueden ser “divertidas”.
Una de las cosas más importantes para mí en un curro es que entre los compañeros de trabajo haya buen ambiente. Al fin y al cabo, paso más horas despierta con ellos que con mi novio, mis padres o mis amigos.
Y el “divertirse” está en la mente de muchos relacionado con el salir, trasnochar, gastar, consumir, consumir, consumir…
Reza un dicho que “la vida son cuatro días y dos te lo pasas durmiendo”. La primera vez que lo oí siendo bien pequeña me di cuenta de que la vida consiste en vivirla de la mejor manera posible, con los medios que tengamos a nuestro alcance. Aspirar y soñar está bien. Y mi decisión es no soñar con mansiones en grandes casas, sino, con sonrisas, con conversaciones, con escritos, con cosas que poco tienen que ver con el materialismo. Así pues, siendo todavía muy joven aprendí el significado de la palabra divertirse. Divertirse para mí es colmarse de experiencias. Experiencias que nos aportan algo, que nos reportan no sólo un rato para dejar pasar el tiempo, como puede ser el trabajo para muchos, sino un aprendizaje externo y autorrealización.
“De todo en esta vida se aprende”, suelen decir algunos. Yo me tomo esa afirmación al pie de la letra. Creo que es diferente la palabra distraerse que divertirse. La mayoría de las veces, cuando alguien utiliza el adjetivo “divertido”, se suele asociar mentalmente con la palabra risa. Y para mí, el concepto de la diversión viene por otro camino. No es necesario reír para estar divirtiéndose. Algo puede ser interesantemente divertido, por ejemplo.
Está claro que la distracción, el hacer las cosas porque sí, por razón con suficiente peso como es el dejar de pensar un rato después de un día agotador, es necesario en la vida. Pero ¿hasta qué punto? ¿Debemos siempre distraernos? Con la comodidad instaurada en esta vida actual… ¿No estamos olvidando lo que es realmente divertirse para caer cada vez más en el pozo de la distracción?
Al investigar sobre el tema, y preguntar a diversos interlocutores sobre qué diferencia existe entre estos términos, me he dado cuenta que para mí, distraerse y divertirse, en realidad sólo se diferencian por una cosa. La única diferencia radica, no ya en las actividades, ya que uno puede ver la tele de muchas maneras, si no en la finalidad. Distracción implica a veces olvidar, a veces dejar pasar el tiempo. Divertirse implica disfrute. Y el disfrute normalmente agota. Sería gracioso que después de divertirnos tuviéramos que distraernos. Pero quizá sea un poco así.
Tampoco quiero hacer apología del intelectualismo, así que con esta pregunta concluyo… ¿acaso no hay personas que se divierten distrayéndose?
Cuando llego a casa después de una larga jornada lo único que quiero es desconectar. Me siento delante de la tele y espero que se haga de noche para irme a dormir. Sólo busco pasar el rato. El fin de semana está para divertirse… aunque para mí el gimnasio al que voy cada día ya es motivo de diversión.
Cada cosa que hago la hago para sacarle jugo a la vida. Si veo una película es todo un ritual. Si la veo solo, luego apunto en mi cuaderno cosas para luego invitarme a alguna reflexión. Si lo hago acompañado, luego tenemos un debate que me aporta mucho más que ver la película. Ver una película, nunca es sólo ver una película.
El sábado pasado Ce y yo habíamos convenido ir a un pub que no habíamos pisado desde la adolescencia. Se llamaba Stay Fine. Ninguna de las dos había tenido muy buena suerte con la caza en las últimas semanas y que conste que para nosotras la caza también era diversión. Pero no cazar, si no intentarlo. Conocer a gente, examinarla, jugar a ver si los objetivos podían llevar a buen puerto…
Ce y yo empezamos a divertirnos proponiendo acertijos. Aquella noche, el juego consistía en adivinar cuál de todos los chicos que había en el Stay Fine resultaría atractivo para la otra. Era una manera de ahondar más en nuestra amistad. Quizá una manera especial. Pero una manera lícita como cualquier otra.
Al poco de llegar, nos situamos a un lado de la barra. Los solteros más interesantes solían estar allí siempre. Ce se aventuró y me señaló su apuesta para mí de la noche. Acertó de lleno mientras yo no atinaba a encontrar qué chico le atraería a ella. El físico de aquel tipo me impactó pero sobre todo era su manera de moverse y de actuar. Una de las cosas en las que más me he fijado siempre, es cómo se mueven los chicos. Los gestos, las poses, la manera de expresar. La curiosidad hizo que me acercara a pedirle fuego. Con apatía, me dio el mechero y casi no pude ni decir gracias porque ya me había dado la espalda.
-Nada, Ce… este tipo no ha venido a conocer a nadie. Lo típico, está con sus amigos, bebiendo y eso. Nada que hacer… se le ve.
¿Qué era para aquel chico divertirse? ¿Hablar con sus amigos en un pub en el que no se podía hablar porque la música estaba altísima? No tenía cara de estarse divirtiendo. De hecho parecían tener una conversación de lo más superficial. Tal vez sólo se distraía. ¿Beber como un descosido mientras aguantaba la barra del bar, no era acaso tan sólo una distracción? ¿Podía haber otra manera de verlo?
Meditando sobre la diversión, me quedé mirando a la pista. Un grupo de chicos se lo estaban pasando bien haciendo el payaso, bailando, saltando, imitando y escenificando las canciones y al poco me di cuenta que uno de aquellos jóvenes hacía rato que trataba de llamar mi atención.
El chico me veía en la barra y no cesaba de intentar hacer que sonriera. Se escondía entre la gente, me hacía la ola cuando le sonreía, y tal cual un mimo, intentaba comunicarse conmigo a través de la gente, con un talento arrollador.
Consiguió llamar mi atención, puesto que yo dirigía una pequeña compañía de teatro y el talento siempre fue algo atrayente para mí. Así que al poco, establecí comunicación con él. No tanto verbal como corporal. Bailamos, reímos, hicimos el loco y así descubrí que en realidad, no hacía el payaso, si no que era payaso:
Alberto, 26 años, soltero. Payaso y mimo con talento en el arte del humor. Acompañado de un par de chicas en el grupo. Las dos enamoradas de él. Muy cerrado a avanzar en nada que no fuera el arte.
Aquel grupo de gente no salía a beber, no salía a bailar, no salía a ligar… salía simplemente a distraerse, pero se divertían, sin importarle lo que pudieran pensar de ellos. Expresaban, comunicaban, a través de su trabajo, que sin duda nada tenía que ver con el deber. Sólo trataban de expresar su parte artística sin censura.
Estoy en la parada del autobús, vuelvo a casa. Sé que ha sido premeditado pero le acabo de invitar al estreno de la obra que estoy dirigiendo y que tendrá lugar dentro de dos semanas. Sé que no va a aparecer. Pero esto es como todo; ha sido divertido mientras ha durado.