El Diálogo
Una retirada a tiempo es una victoria. Llevaba días con ese Nick en el messenger. Quizá me daba fuerzas para creer que no debía seguir luchando. Pero mi inconsciente totalmente luchador, no podía entender esa premisa, en aquellos momentos. Después de dos días con la afirmación más sincera en el nick, me deshice de ella colocando al final de la frase un gran interrogante.
En toda relación, después de esos meses de encandilamiento, llega un momento en que se formulan diferentes preguntas. ¿Dónde acaba tu tiempo y dónde empieza el mío? ¿Quien se adapta más a quién o quién cede más? Las relaciones son como una batalla en la que hay que ceder o avanzar. Una lucha en la que las normas están fijadas. Todo vale, excepto una cosa: no existen árbitros imparciales. La opción del árbitro habría sido claramente la terapia de pareja, pero en una ciudad donde nadie apuesta nada por nadie, la individualidad se ha cargado cualquier indicio de pacto. Es impensable que después de esos meses fabulosos alguien sometiera algo tan romántico a la mera e indiscriminada opción que proporcionara un psicólogo.
Así pues, existen dos opciones. Una es acudir a pactos internos entre los contrincantes. Así como pasaba en el famoso trucado ‘Pressing catch’, los contrincantes asumen sus responsabilidades y ensayan, dedicando tiempo y esfuerzo a proporcionar un claro espectáculo. En las relaciones, estipulamos momentos en los que repartir el tiempo y llegando a acuerdos implícitos conseguimos aplacar la ansiedad de la individualidad, proporcionando al espectador una felicidad relativa.
La otra opción, sin duda, acudir en busca de apoyo moral o de un árbitro favorable: nuestros amigos.
-Siempre cedemos. Siempre es la mujer la que cede – afirmaba Ce con gran solemnidad. - Pero me parece extraño todo este asunto. Debe haber algo más…
-Entiendo que repartir el tiempo individual a todos aquellos grandes círculos es complicado… pero... ¿tanto?
-¿Qué círculos?
-Sí, el yo solitario, el tú solitario, el nosotros… el tú en mi vida… el yo en tu vida… toda esa mierda… ¡Los círculos!
Así, cual partida de Risk, cada contrincante debe defender su territorio e intentar paliar la fatídica conquista de cada uno de esos círculos. En el caso de que se vaya perdiendo espacio… ¿es más fácil desechar el juego a intentar pactar? ¿Es mejor retirarse a tiempo que perder espacio? ¿Hasta qué punto la pérdida de espacio es definitiva? Y es más… La pérdida… ¿realmente es pérdida?
Investigué un poco sobre ello:
Mi marido se quedó sin amigos al empezar a salir conmigo. ¡No entiendo porque! Bueno… en realidad sus amigos me caían fatal, su familia me caía fatal, así que ahora siempre hacemos lo que yo quiero.
Prefiero no decirle a mi novio que me voy a tomar café con los compañeros al salir del trabajo. Es el único momento que tengo para estar con ellos sin presiones y sin el jefe chupándome los talones. No creo que nunca se lo diga… porque trabajo con mi ex y con eso no hay pacto posible, no le he preguntado… pero lo sé.
Necesito tener tiempo para mí y mis libros. Mi mujer no paraba de hablar en cuanto llegaba a casa. No respetaba el silencio de mi momento de lectura. O dejaba la lectura o a ella. Así que me separé.
Conocí a mi novia cuando yo llevaba el pelo rubio. Ella no me dejaba cambiármelo de color. No insistí demasiado, simplemente la dejé. ¿Quién era ella para decirme cómo tenía que ir? En cuanto la dejé, me lo puse azul y me fumé 5 petas.
¿Acaso la falsedad vivida durante tantos años nos ha convertido en tan prepotentes que consideramos conocer a la perfección a nuestro adversario? ¿O es que la individualidad se ha comido el interés por la voluntad del otro?
En una ciudad tan demócrata como dicen ser Barcelona, ¿por qué el diálogo o el pacto es la última opción? ¿Por qué la estrategia o el abandono se han convertido en las dos únicas manera de solucionar las proporciones de esos círculos y de muchas otras cosas en la vida?
Después de sufrir mucho y pensar miles de horas sobre cómo habían ido las cosas, me di cuenta de que Aidan, simplemente no era capaz de asumir un conflicto. Hacía lo mismo en otras facetas de su vida. Cuando surgían problemas, lo mejor era abandonar, antes que enfrentarse a un diálogo o a una charla. Quizá no sabía expresar lo que quería, quizá no sabía lo que quería pero aunque lo supiera, le costaba horrores defender sus convicciones ante cualquier persona. Aidan sí me quería. El problema es que tenía miedo a enfrentarse conmigo. Aunque dudaba en si él lo sabría.
Una semana después de mi ruptura con Aidan, traté de quedar con él para explicarle que huir no servía de mucho. Que no podía enmascarar el sentimiento simplemente porque no todo saliera como él quisiera o porque tuviera miedo a sufrir por algo. Que si quería algo, debía luchar por conseguirlo, debía hablar y defender lo que le hacía sentir mal… no renunciar del todo.
Pero al igual que él no había sido capaz de enfrentarse a un diálogo para expresarme qué era lo que fallaba en nuestra relación, y se había sometido a la huida por miedo a enfrentarse a él mismo, yo no fui capaz de esperar su reacción. Y todo se quedó ahí. Inconscientemente traté de aleccionarlo.
Y así, me vuelvo a casa, a mi dolor por la pérdida, sin esperar ni un instante cuál es su reacción. No es que no me interese… es que ahora soy yo quien tiene miedo: miedo al rechazo, miedo a volver a oír una frase de tal calibre como “no te quiero como tú me quieres a mí”… miedo a… ¿Y si me equivoco?
