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Hace tiempo salía con un chico cuyo padre era bastante radical, por llamarlo de alguna manera. Recuerdo que un día debatiendo sobre el futuro de los jóvenes me comentaba que “no hay ya ningún tipo de educación”. Gesticulando enormemente me explicaba cómo los jóvenes de hoy en día, tenían una extraña manía de sentarse en los asientos del metro colocando las mochilas en el asiento de al lado. Decía que solo las quitaban cuando alguien se acercaba y les decía “perdona, ¿me permites?”.
Recuerdo que le dije que aquello no era sólo cosa de jóvenes. Yo tenía unos 23 años y me sentí aludida y aún no sé el por qué, puesto que no había mostrado esa actitud en mi vida. Era culpable sólo por ser joven y aunque se lo rebatí, no conseguí hacérselo ver.
Desde entonces me acuerdo mucho de él, sobretodo cada vez que veo ese hecho en el metro. Pero no sólo en el metro. En las consultas de los médicos, en las paradas de autobús, vamos… en cualquier lugar de espera.
No quiero establecer un tanto por ciento de edad de este tipo de personas, porque el tiempo no sólo me ha dado la razón si no que… además, ha puesto a las personas de mediana edad en el lugar donde se merecen.
Se supone que los adultos somos los que damos ejemplo. Y eso no deja de ser algo que me preocupa. ¿De dónde tomamos el ejemplo si los adultos de nuestra sociedad son los más hipócritas?
No me entendáis mal. Tampoco soy un monstruo. No creáis que el hecho de ocupar dos asientos condena a la persona que lo ejecuta de despreciable. Puede ser un simple olvido. Pero si profundizo sobre esto, resulta que no sólo pasan estas cosas, si no que la gente se olvida de ceder los asientos, de esperar aquello de “salir antes de entrar” y un sinfín de cosas como estas que tristemente me llevan a una reflexión.
“Ya no hay respeto por nada.” Y esta frase es la “moderna de hoy”. Todo el mundo lo dice. Todo el mundo lo afirma pero…
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Detesto que un grupo de gente se quede parada en medio de una pequeña acera charlando animadamente sin preocuparse de que otro alguien pueda querer pasar. Detesto ver como un padre cruza en rojo y el niño de 3 años le dice “papa no!” a lo que el padre le contesta “uy… no me he dado cuenta hijo” y sigue cruzando en rojo, obviamente mentira. (es lo que tiene escribir que no le puedo poner la intención si no la cito). Detesto los empujones que te da la gente en el metro para entrar cuando tú vas a salir. Sí, no sea que se te escape el metro con nosotros dentro. Detesto ver las carreras que se mete la gente para coger un asiento antes que los demás al abrir las puertas de un metro demostrando así que lo único que importa es el puto yo. Detesto ver como no te esperan en los ascensores cuando ven que vas con prisa, y más si te miran con cara de… llamémosle poker.
Igual la culpa es mía por tener este chip en la cabeza de saber si estoy molestando o puedo molestar a alguien con todo aquello que hago. De tener presente al prójimo aún estando hecha polvo. De no darme cuenta que este mundo es una jungla. Pero…
En este justo momento, un hombre le acaba de decir a un anciano si quiere sentarse en su sitio. Sonrío. Quizá aún haya esperanza.
ya vamos para viejos.
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