Sábado, 26 Septiembre 2009 04:38

Quejarnos mucho, protestar poco, luchar nada

Escrito por  Publicado en Taller creativo: "Culebradas"
enfadadaHace poco establecí una línea gradual en cuanto a la reacción de las personas al manifestar su descontento frente a algo. Puse tres estadios: la queja, la protesta y la lucha.

Al examinar las últimas circunstancias que acontecían a mi alrededor, me di cuenta de que la sociedad en la que vivimos queda muy lejos de aquellos movimientos obreros por los que la lucha era su principal forma de manifestación. Por algún extraño motivo, el extremo de esa línea gradual, la lucha, ha disminuido en la mayor parte. El por qué es algo difuso para mí, pero si tengo que proponer alguno, como siempre, lo situaré en las circunstancias sociales en las que hemos vivido. Quizá no sea demasiado necesario tener que luchar. Por eso nuestros abuelos siempre dicen aquello de “como tú no has pasado hambre…"

 La cuestión: nos sucede algo que genera un descontento, lo primero es protestar frente algún amigo, rara vez con la persona causante del descontento, y muy pocas veces intentamos hacer entender al causante nuestras razones por lo que no vemos aquello justo y por las que lo consideramos una ofensa.

 Cuando nos molesta algo, alguna actitud de otro para nosotros, precisamente porque es algo injusto o algo diferente de lo acordado, quejarnos supone un desahogo momentáneo, aunque evidentemente no la solución.

 Joder con mi jefe! Me dice que haga esto, aquello… y yo no puedo hacerlo todo a la vez

-¿Y tú qué haces?

-¡Nada! ¡Hacerlo como puedo!

 Frente a las circunstancias no reaccionamos con diálogo, protesta o lucha, sino con ira, pasotismo, amargura, decepción o simplemente esperamos que el tiempo pase hasta poder olvidar esa “ofensa”. Después, al recordarla, comentamos con ira con nuestros amigos, familiares o pareja, lo que realmente pensamos de aquello. Pero así, la situación es muy probable que vuelva a suceder.

 De manera que al fin, después de mucha queja, y sólo en determinados casos, pasamos a la protesta después de mucha reflexión y largo calentamiento. La protesta suele llegar tarde y desproporcionada, puesto que la queja no ha sido comunicada en el momento preciso y de la manera precisa. No nos suele gustar gastar demasiada energía en discutir y menos en tener que justificarnos. Lo que suele suceder es que el saco se va llenando de cosas cada vez más ridículas, y cuando el saco se rompe es realmente explosivo. Y llegar a la lucha, es decir, hacernos entender, defendernos, expresar lo que creemos justo, llegar a puntos de acuerdos mínimamente comunes, sólo lo utilizamos al tener aquello por lo que luchamos una importancia extrema en nuestra vida, no una botella de agua o un asiento reclinable.

 Para mí, esta “lucha” (que nadie me tache de violenta que es una manera de hablar) no deja de ser practicar y enseñar a aquellos que nos lo recuerdan, un respeto por los demás, y también manifestar el respeto que uno se tiene hacía sí mismo.

 De alguna manera, el pasotismo se ha adueñado de nosotros. Se necesita energía para luchar, un poco menos  en la protesta y nada en la queja.

 No son pocas las veces que nos encontramos con situaciones similares a esta. Al pedir una botella de agua a temperatura natural en un bar, nos la traen fría, y nos quejamos a nuestro acompañante.

 

-Suerte que la he pedido natural

- Dile que te la cambie

-No. Me sabe mal, ya está abierta.

 

En cambio, si estamos resfriados es evidente que vamos a protestar, aunque muchas veces nos justificamos diciendo “es que estoy constipado”.

 Nos da como miedo molestar, sentimos vergüenza por parecer snobs o caprichosos, no nos gusta que el camarero, tenga problemas por nuestra culpa pero lo cierto es que la hemos pedido natural y nos la bebemos fría.

 ¿Demasiado esfuerzo protestar? ¿O evitamos el rechazo que ese camarero nos proporcionaría al decir que nos la cambiara? ¿Acaso no es el camarero el que ha cometido el error?

 Hace algún tiempo, volvía de un viaje en un autobús. Tenía que dormir por el camino, puesto que trabajaba al día siguiente y el viaje era de noche. El chico que se sentó detrás de mí colocó muy conscientemente las piernas de manera que yo no pudiera reclinar mi asiento abatible. Lo primero que hice, quejarme para mis adentros. Inmediatamente pasé a la protesta en la que me enfrenté a aquel caradura con la más exquisita de mis sonrisas. Y simplemente lo hice porque me di cuenta de que me daba vergüenza decirle nada, aunque en el momento supe que la vergüenza debía de ser de él por no respetarme. Era un chico alto. Si me lo hubiera pedido con educación, tal vez, no lo hubiera reclinado. Pero de esa manera no. Lo justo era que en ambos casos tuviéramos la posibilidad de hacerlo. Ni se disculpó. Me dejó reclinarme como si me hiciera un favor y se quejó a su compañera de viaje. Yo volví durmiendo plácidamente hasta casa.

 Existen dos tipos de personas. Las que se implican y las que se aprovechan. Sólo hace falta saber de qué parte estás tú.

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