Hay cientos de razones por las que Matt Damon no quería continuar esta saga sin Greengrass y si analizamos las cinco entregas, comprobaremos que hay un abismo entre las del británico y las de los otros dos directores.
Cierto es que la de Liman dio el pistoletazo de salida, estaba bien rodada y ofrecía un buen film de espías a la vieja usanza. Pero el amigo Paul revolucionó todo. La forma de rodar, el cine de espías actual y desde luego, oscureció a nuestro personaje principal.
Gilroy hizo lo que pudo con su Legado de Bourne, pero hay cosas que sólo están al alcance de su creador y terminaba resultando un producto bastante inferior a las tres de Damon por mucho que contara con Joan Allen o David Strathairm otra vez en sus filas...
Aquí de lo que se trata es de tocar temas actuales y peliagudos. La diferencia de Greengrass con el resto es que él se toma en serio a Bourne. Lo estudia y le pone en situaciones límite completamente reales y desde luego, es cruel y efectivo a la hora de rodar.
No nos olvidemos del villano de turno, tiempo atrás Clive Owen, Edgar Ramírez o Karl Urban y en esta nueva entrega Vincent Cassel, quizá el más eficiente, letal y frío de todos ellos. Una excelente elección y lección de cómo dar lo mejor de si mismo y de los demás cuando las cosas son buenas y se quieren hacer bien.
Greengrass&Damon están de vuelta y esperemos que aún les quede fuelle para contar una historia más, porque Jason Bourne es tan frenética que duele hasta el sonido de los huesos rotos por los golpes secos.
Justo lo que buscaba.