Santi Campos se presentaba con sus mismísimos en Barcelona, ciudad en la que el segoviano tiene actualmente su cuartel general. La sala elegida era el Razzmatazz 3. Un lugar que a menudo no tenemos presente pero que al cantautor le venía de perlas después del chasco que nos llevamos todos con el cambio de rumbo del Music Hall.
Santi juega en casa. Se muestra tranquilo y lo más importante, arropado por su gente más próxima que apoyaron a la banda hasta el final del concierto entre vítores, gritos y ensalzamientos varios hacia el artista. Todo un lujo que haría más fácil el manojo de nervios que suponía presentar un disco de tantísima calidad en el momento de mayor madurez de Campos.
Lo que pudimos ver anoche es fruto de un disco que suena de “cojones” y de horas de ensayo que un día antes daban su fruto y rodaban en la Sala El Sol de Madrid. Si podía haber alguna fisura en la maquinaria, ayer esta perfeccionaba la simbiosis entre los cuatro músicos.
La voz de Santi ya no es poética. Atrás han quedado los años de ombliguismo y lamida de heridas. Si el disco es duro y difícil, el directo es crudo y violento. El pop es rock, las guitarras estridentes, la batería contundente y la música psicodélica por momentos.
Hits instantáneos como Lento, Fotos de Familia o la pegadiza Aire y Plomo fueron los momentos de más entrega física por parte del un público que centraría toda su atención y asombro en temas más complicados como Gigantes o Hasta que Sangre.
Tampoco faltaron momentos musicales tan enérgicos como cuando sonó Corazón de Cuerda al igual que versiones imposibles como Han Caído los Dos de Radio Futura o la revisión de su propio tema Lobos e Insectos de Amigos Imaginarios.
Un set list y una banda en tal estado de gracia que uno no puede dejar de pensar en lo injusto que es el hecho de que a estos titanes nos les den la oportunidad de demostrar en un festival, ante miles de personas, la bomba de relojería que son.
FOTOS: ANDREA MEMBRADO.