Alberto Ruiz Gallardón en el inicio de campaña de las Elecciones Generales 2008 (Photo credit: Wikipedia)
La política tiene giros argumentales surrealistas. Nada que envidiar a la ficción y, sobretodo, mucho CUENTO.
Erase una vez que se era un señor, llamado Alberto Ruíz Gallardón, que decían que era el más progre de su partido de derechas: el PP.
¿Quien lo decía y cuando lo decían?
Pues hace muchos, muchos años -o no tantos- y lo decía todo el mundo. Pero hay que destacar, entre los que lo afirmaban, al que durante unos años se consideró el periódico más "progre", "objetivo" y "de izquierdas": "El País".
Sí, hace mucho tiempo de eso. Y ni al periódico ni a Gallardón los reconoce ya nadie. Ambos provocan, a fecha de hoy, total indiferencia.
Pero vayamos con el sujeto que nos interesa: Gallardón.
Fue el alcalde de Madrid que mejor se llevó con la farándula. Tanto "El País" como buena parte de la sociedad española lo propuso, durante mucho tiempo, como un posible líder de un PP "más centrado y moderno". El político que podía aspirar a todo, se queda, tras 30 años de carrera política, con el título de "peor ministro de Justicia de la democracia" y como el alcalde de Madrid que más dividió a la derecha española. Fracaso.
¿Y cómo ha podido cambiar tanto el cuento?
Pues porque Gallardón, un tipo inteligente e ilustrado -al que siempre le ha faltado astucia- es un ser humano.
- Tantas veces soñó el progresista Gallardón con ser el candidato a la presidencia de España, que acabó acomplejándole ser tan "guay" perteneciendo a un partido tan poco "cool". Primera gran debilidad humana: los seres humanos acaban haciendo lo que sea para sentirse aceptados en un grupo. Así que, ni corto ni perezoso, se erigió en el ministro que implantaría la reforma de ley más carca, retrógada y decimonónica de la democracia: la reforma de la Ley del Aborto, que su partido llevaba en su programa electoral.
Dispuesto a hacerse respetar por su propio partido, algo que nunca había conseguido, precisamente por ser el abanderado de una imposible nueva derecha liberal, asumió dicha regresión como una apuesta personal. Segunda gran debilidad humana: traicionarse a uno mismo y hacer lo que haga falta para hacerse con el poder.
El partido gobernante tenía, por aquel entonces, una clara mayoría absoluta, debido a los votos que recibió para solucionar la crisis económica. Era el momento ideal para implantarla -pensaron en el partido que sigue anclado entre el blanco y el negro con el que nuestros abuelos veían la televisión-. Pero encontraron una reacción contraria de la mayoría de la población, que ya hace algunos años más que vive en un mundo en color y usa las redes sociales, a pesar de que el Gobierno siga sin poderlo entender ni aceptar.
La crisis no se solucionó, y el partido gobernante fue perdiendo votos a lo largo de sus años de Gobierno. Tantos perdió, que éste empezó a hacer cálculos, y no le salían las cuentas de cara a las próximas elecciones. Y la posible reforma de la Ley del Aborto empezó a convertirse en una posible fuga de votos más. Y si el Gobierno gobierna es, sobretodo, para seguir manteniéndose en el Gobierno, y no perder el poder. Esa es la única prioridad, desde siempre, del partido que gobierna.
Fue entonces cuando, entre vacías palabras de búsqueda de consenso sobre la polémica Ley, el Gobierno decidió sacrificarla y, con ella, al ministro Gallardón.
Digno que dimita, indigno que no se vaya hablando claro, asumiendo todas las culpas, pidiendo perdón y protegiendo al partido que le ha sacrificado. Inmolación personal y política. Tercera gran debilidad humana: Sometimiento al poder. Menos mal que siempre tendrá una vacante a su nombre en alguna compañía eléctrica.
Ahora, se ha visto al ex-ministro paseando sus perros, mientras recibe la indiferencia de los ciudadanos, los vacíos elogios de sus ex-compañeros de partidos, y espera a las puertas giratorias rueden a su favor.
Ganan las mujeres, gana la sociedad y pierden aquellos que intentan legislar contra una mayoría absoluta imbatible cuando se moviliza y muestra sus intenciones de voto.
¿Moralejas? Muchas. Que cada lector extraiga la suya. De todo se puede aprender, incluso de un asunto tan desagradable como el presente.