Image by Double Feature via Flickr
Maruja Torres publica hoy, en la contraportada del periódico "El País", una columna titulada "Del fumar", que hoy publicamos en esta sección dedicada a escoger las columnas de opinión más relevantes de la semana, a modo de filtro para nuestros lectores:
Soy una ex fumadora tranquila. Si alguien me pregunta si me molesta que fume delante de mí, o en el salón de mi casa, le respondo que no, y espero de su buen sentido que no me atufe insistentemente la vivienda ni el ropero, que comprenda que no finjo la tos que me entra en seguida e imagine que me pasaré la noche tosiendo. No añoro el cigarrillo, de modo que ver fumar no me tienta. Pero respeto el derecho de cada cual a su espacio -odio la palabra "cubículo"-, a hacer lo que quiera mientras no perjudique a los no fumadores.
Legislar eso está bien: pero no más. Me parece razonable no ser fanático: "¡En mi casa no se fuma!". Pues no. En mi casa no se asesina ni se roba ni se tortura ni se pega ni se calumnia y, a ser posible, no se miente. Si alguien quiere fumar, fuma. Sin prender un pito con la colilla del otro, claro.
¿Llegará un día en que tendré que ir a declarar a comisaría porque en mi comedor han hallado refugio algunos indeseables que pretendían prolongar el placer de la comida y la compañía encendiendo un cigarrillo? Llegará un día, me temo.
Leer la columna completa en este enlace
Image by grunge via Flickr
Y recuperamos la columna que escribió en su día Javier Marías, titulada "Vejámenes in the grounds"
El artículo de Molina Foix "Si yo fuera fumador" (El País, 3-6-10) me insta a relatar algunos vejámenes recientes, ya que sospecho que se refería a mí al hablar de "un escritor español" al que "una amiga común" fue a visitar al hotel parisiense de cinco estrellas en que lo alojaba su editorial -pagaba yo la mitad-, para descubrir que, por su condición de fumador, se lo había relegado a "un habitáculo más bien lóbrego" en los altillos del edificio, lo que se conocía antiguamente como una "chambre de bonne".
En los últimos doce meses he viajado a ocho países, americanos y europeos, y en la mayoría de ellos me he encontrado con cortapisas, vejaciones y desaires por darle aún al cigarrillo. En Gotemburgo, el único lugar del hotel en que podía echarme un pitillo no era mi habitación, sino una jaula de metacrilato sita en medio de un bar en el piso más elevado.
Leer la columna completa en este enlace
FUENTE: ELPAÍS.COM