Esta dimensión metafísica de observación del proceso de vivir es una dimensión 100x100 creativa y artística, y así lo ha sido desde siempre, más aún cuando a comienzos del siglo XX el famoso pintor italiano Giorgio de Chirico fue acuñado con el término de pintor metafísico. Su pintura metafísica tuvo un grandísimo impacto y relevancia dentro de los diferentes movimientos artísticos de vanguardia que irían surgiendo, y que tanto influyeron en el advenimiento de lo que en el futuro sería el arte moderno, vanguardias de las que, como en el caso de referencia, el movimiento metafísico, se nutrirían movimientos artísticos de gran relevancia como fueron el dadaísmo y el surrealismo.
Si ustedes observan los cuadros metafísicos de Chirico, las dimensiones espacio-tiempo aúnan extrañas siluetas, en algunos casos humanas, en otras no. Siluetas que, aún siendo representadas como una especie de maniquís, dan un resultado de extraños paisajes con formas y dimensiones cuyo único referente de vida son esas mismas formas semi-humanas que los pueblan.
La dimensión metafísica es la percepción del tiempo: de un tiempo inexplorado, de un tiempo real y a la vez irreal, de un tiempo que se mueve entre realidades inertes e intemporales y un tiempo real de ese observador en forma de vida cuyo reloj constantemente gira, gira y gira... Una dimensión que acentúa su percepción en la observación profunda del proceso tiempo, un tiempo cuya observación llega casi hasta el epicentro del mismo, donde todo comienza o acaba, donde todo está detenido, como esos relojes blandos de Dalí, de clarísima influencia metafísica, cuyas blandas manecillas y formas imposibles daban un tiempo imposible, un tiempo inexistente, un tiempo que en el fondo no era más que ese tiempo que parece no pasar, que parece olvidado, como un segundo que se expande o se contrae, no sabemos hacia donde...
Una extraordinaria observación que nada, de manera libre, entre lo subjetivo y lo concreto, entre lo real y lo no tan real. Por eso, la dimensión metafísica sigue siendo para los grandes creadores el eje en el que siguen gravitando muchas de sus obras .
No sé si todo el mundo ve o es capaz de ver esto, pues hay que tener a la vista y la mente un poco acostumbrada a este tipo de observación, y tener también gran afición por el mundo del arte para poder tener este tipo de percepción.
Personalmente, uno de los mayores artistas actuales que yo adivino como metafísicos, es el artista catalán Jaume Plensa, un artista cuya obra se mueve como pez en el agua en ese amplio campo metafísico lleno de dimensiones, espacios y figuras humanas.
Al margen de esta ligera puntualización sin más cometido que el poder posicionarnos un poquito sobre la cuestión metafisica, lo que yo he venido a hablarles aquí no es de cultura metafísica, sino de otra metafísica, la mía, la de ustedes...
Y es mi intención expresarla en estas lineas, aunque veré como hacerlo pues con tanta explicación voy perdiendo el fino hilo de tan sutil percepción...
Como decía, el proceso metafisico es algo así y surge como la verdadera religión: se te revela por sí sola, no puede ser calculada, la ves, la sientes, la observas... y no puedes controlarla o actuar contra ésta.
Y podríamos decir que la ves y la sientes en las cosas mas absurdas e intrascendentes pero que, en realidad, no lo son tanto, como por ejemplo me ha ocurrido recientemente con el último frasco de perfume que acabo de adquirir...
¿Y cual es la dimensión metafísica de este frasco? -se preguntarán ustedes-...
Pues muchas, y muy precisas: por ejemplo, este frasco marca un espacio de tiempo muy preciso para mi. Un frasco de perfume que, al venir a reemplazar al anterior que se había agotado y colocarlo en su lugar, da una percepción de como si en ese espacio ahora habitado por otro pequeño frasco de forma y contenido diferente, nada hubiera transcurrido. Como si todo siguiera igual, pausado en el tiempo en ese rincón exacto del cajón de mi escritorio donde habita el mismo, un cajón al que accedo a menudo y en el que ocurren cosas, muchas cosas...
Cosas como ese constante transitar de papeles y objetos, que salen o entran, que se superponen o apilan en un discurrir, con su propio espacio y tiempo en relación al ajetreo común de su uso. Un ajetreo, sin embargo -y aquí comienza lo metafísico-, que contrasta con ese pequeño frasco de perfume que, salvo en contadas ocasiones, permanece inerte -pues apenas utilizo- y cuyo ciclo de vida, aproximadamente de 5 años, es mucho mayor que la de otros objetos del mismo habitáculo, cuyas diferentes dimensiones tiene un ajetreo y un tiempo físico completamente diferente..
Este pequeño frasco de perfume habita dentro de un lugar exacto y visible de mi cajón, que marca una dimensión metafísica extraordinaria, pues marca la dimensión característica por excelencia que le da vida, que es su relación con la existencia humana.
Una relación, ésta, de frugalidad, de paso del tiempo, de un paso del tiempo casi imperceptible, de un paso del tiempo no solo pasado sino ademas futuro, pues augura -claramente-, que eso que generalmente llamamos o percibimos como una larga vida, no es mas que unos pocos, muy pocos frascos de perfume...
Frascos de perfume que se reemplazan, unos a otros, como si tal cosa, como si nada ocurriese, como si no pasara el tiempo... Un tiempo efímero para esos frascos de colonia inmóviles, que habitan su propia dimensión, la cual -de alguna manera- está unida indisolublemente a nuestra existencia...
Unos frascos de colonia inmóviles que, aún siendo solo eso, frascos o materia inerte, en el fondo sufren el mismo proceso que el ser humano, pues cada persona es una realidad, un tiempo, que al agotarse es reemplazado por otro ser humano que viene a reemplazarle, sin más percepción temporal que el recuerdo momentáneo y efimero de algunos cuantos familiares y amigos...
Estos cuatro o cinco frascos de colonia -u objetos inanimados-, no tienen tiempo, pues están anclados en el mismo y, sin embargo, marcan esa otra dimensión, que es el constante paso del tiempo de un ser humano...
La dimensión metafísica es uno de los hechos más curiosos y extraordinarios de la experiencia de vivir, y reflexiona siempre sobre el hecho más extraño de todos: la existencia.
Una existencia marcada siempre por un tiempo tan ficticio como irreal, un tiempo en el que, observado como uno de esos paisajes metafísicos de Chirico, confluyen ambas realidades: la realidad de un tiempo ficticio e inerte... y la realidad de ese otro tiempo que rigen las manecillas biológicas de todo ser vivo...