Comenzaba una mañana un periodista declarando en su columna lo siguiente: "Estoy en ese momento de la vida en que casi todo se divide entre lo que NO hice y lo que NO volveré hacer..."
Particularmente suscribo también dichas palabras, con una excepción: yo cambiaría el "lo que no hice" por un "lo que SÍ hice"... y sé que no volveré hacer...
Ya lo dijo el poeta: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar".
Al andar se hace el camino,y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se tiene que volver a pisar...
Y es que todos arrastramos pequeñas (o grandes) frustraciones a propósito de lo que se hizo en el pasado y con el tiempo se dejó de hacer. La inexorable ley de la vida, quizás .Causa de congojas que acompañan nuestro devenir.
Mi mayor frustración es la siguiente Haber sido en el pasado un compulsivo e impenitente lector, y con el tiempo haber perdido potencia lectora -o sea, las ganas-.
Quizás la causa venga derivada por aquello de que, cuando se abusa de algo, luego pasa lo que pasa. Y ya hace tiempo que, un buen día , recapitulando el numero de horas invertidas en leer, me di cuenta que superaban las 50.000, o quizás más. Así que me planté y me dije: "¡Leches, René... ¡te has pasado!"
Y paré de golpe, como Forrest Gump.
Por qué sí, lo reconozco: ¡Yo lo hago todo a lo Forrest Gump! O sea, sin término medio: ¡Corre, Forrest, corre!. Pues yo igual: ¡ Leee, René, leee..!!!
Y así fue como aquel día, al igual que Forrest, paré y me dije: ¿Para qué leer más? ¡¡Pues yo ya no leo mas!!..Y me puse a escribir.
¿Qué como lo hice? Pues igual: a lo Forrest Gump...
Consideraba yo -por aquel entonces-, que ya había leído suficiente para entender la vida. Y no libritos u novelas de entretenimiento o cosas así. No, no, nada de eso, sino obras completas... generalmente, ensayos de pensamiento y filosofía .Tochos de esos que, cada línea leída, requiere cuatro veces más de tiempo en su reflexión que el empleado en la lectura.
Pero claro: llegado a un término, no hay tiempo para todo, pues hay que sacar a pasear a los perros, hacer la compra, tender la colada, etc..., y trabajar -muy de vez en cuando-, además de leer o escribir. Por tanto, se tiene que elegir: vivir o morir, leer o escribir... Y yo elegí vivir y escribir, pero leyendo mucho menos ,claro...
Pues más o menos podría ser esta una explicación a esa desazón mía sufrida por tan añorada pérdida de potencia lectora.
Otra explicación posible podría venir motivada por mi particular manera de entender el tema de la escritura. Lo cual me insta a que, para "ser escritor" (o sea ,para escribir algo decente o al menos con un mínimo de criterio) lo que hay que hacer es seguir el viejo consejo de Schopenhauer y su defensa sobre "la gran importancia del arte de no leer". Idea complementada por Ludwing Borne, autor de "Cómo convertirse en un escritor original en tres días".
Para ellos, desaprender y dejar de escuchar lo que siempre hemos oído es la forma acertada de escribir. Tesis que igualmente suscribo, no por nada en especial sino por pura lógica. Pues el tiempo empleado en escuchar a los de siempre no se emplea en escucharse a uno mismo. Sensato, ¿No?. Fácil, ¿verdad? Muy claro, ¿no? Pues dicen por ahí QUE NO.
Pero no me entiendan mal: en el fondo, no se trata tanto de no leer, sino de no leer tras haber ya leído... O sea, de adquirir primero un bagaje amplio de lenguaje en la cabeza y después tirar millas. Es decir, emprender nueva empresa.
Sin embargo, esto último es incluso discutible .Pues de lo que realmente se trata no es tanto de escribir, sino de pensar. Por ello, la tradición escrita (leer y escribir) no es el único método que activa el mecanismo de la razón, sino que hay otros métodos. Entre ellos, la tradición oral, o sea, la dialéctica. Si, esa dialéctica que se desarrolla en el día ,a día a través del hecho vital. A través, digamos, del mercadeo propio del hecho de vivir.
Es por esto ,que siempre existieron grandes escritores, los cuales nunca llegaron a ser grandes académicos o algo parecido. No se pasaron tampoco el día encerrados leyendo cual ratones de biblioteca, sino que por encima de todo VIVIERON ,y a la par escribieron. Obvio, ¿no?
Es el caso de Miguel de Cervantes .Nacido con el "don" de las letras. Criado (en lo literario) a los pies del humanista López de Hoyos, que seria su maestro y dejaría testimonio escrito de las enormes virtudes literarias de su amado alumno cuando no había dado aún pruebas de su talento,
Un talento que bien podría hacer imaginar un futuro exitoso para la vida de Cervantes, cosa que nunca ocurriría ,pues ni su vida personal seria exitosa , ni su carrera literaria conseguiría tampoco el éxito deseado .
Una vida, la de Cervantes, llamada a conseguir un logro mucho mas difícil que cualquier éxito mundano; quizás el más difícil e importante al que puede aspirar un ser humano: entender la complejidad de la vida. Un logro que lo llevaría a consumar un destino muy diferente, y a la par mas glorioso: vivir mil aventuras y desventuras y hacer crónica viva de lo que la experiencia de su paso por la vida le fue deparando, haciendo de ello gloria postrera a través los siglos y tabla de salvación propia en su día ante los sinsabores que entraña la propia existencia.
Todos los escritos de Cervantes, y especialmente el Quijote, son una crónica destilada de experiencia vital pura. De aquella experiencia soñada, vivida y pensada por el autor, que supo plasmar con arte infinito a través de su obra novelesca, especialmente a través de esa extraordinaria novela suya de título "El quijote".
Otro caso parecido, y si cabe aún más extremo, es el del poeta Arthur Rimbaud. Nacido igualmente con un portentoso talento para las letras poéticas. Iniciando su corta pero intensa carrera como poeta a la temprana edad de 15 años, él mismo abandonaría por decisión propia poco tiempo despues, a los 19 años de edad, para no volver nunca a escribir una sola linea mas de poesía.
Cinco años, un corto espacio de tiempo para construir cualquier cosa, y aún menos para construir una obra literaria importante. No fue su caso, pues autor y obra obtendrían con el paso tiempo el reconocimiento unánime de lo mas florido del mundo de las letras poéticas para entrar de pleno -y por derecho- en el Olympo de los grandes poetas de todos los tiempos.
Olympo al que él mismo se negaría a entrar, incluso ni a asomar, mientras vivió. Y es que su destino vital, su destino poético, no era frecuentar Olympo literario alguno. sino consumar el acto mas poético que existe: VIVIR.