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–Hábleme de la cinta blanca que da título a la película. ¿Cuál es su valor metafórico?
–Es una herramienta de mortificación. La película retrata una comunidad en la que impera un código moral inhumano, especialmente sobre los niños, que son constantemente torturados. Un pastor, tras descubrir que su hijo se masturba, lo obliga a dormir con las manos atadas. Y fuerza a sus hijas a llevar una cinta blanca en el pelo, a modo de recordatorio de su condición de pecadoras y de la necesidad de pureza.
–Pero también funciona como señal premonitoria, ¿no? Es la violencia que está por venir.
–Esa es la idea. La película se pregunta: ¿qué hizo que los niños de entonces se convirtieran en los adultos que siguieron a Hitler? Las raíces del nazismo. O, mejor dicho, las raíces del mal.
–¿Por qué es importante esta distinción?
–Porque no quiero que la gente piense que retrato un problema específicamente alemán. Hablo del nacimiento de cualquier forma de terrorismo en cualquier lugar.
–En cualquier caso, la obediencia ciega que los hijos profesan a los padres parece ser una referencia a la complicidad de tantos alemanes en las atrocidades del Tercer Reich. Solo cumplían las órdenes de su padre, el Führer.
–Por supuesto. Mi intención era presentar a un grupo de niños a quienes les son impuestos unos valores absolutistas, y que luego internalizan ese absolutismo. Luego se convertirán en los castigadores de quienes no comparten sus ideales. En un clima de represión cotidiana y crueldad paterna, cualquier perversión política es posible. Si el absolutismo es aplicado a un ideal, el ideal se convierte en inhumano. El absolutismo conduce al terrorismo, en cualquiera de sus formas.
–En otras palabras, que el origen del nazismo y el de ETA son el mismo.
–Sí, aunque las motivaciones sociales, económicas o políticas sean diferentes. El fascismo puede ser de izquierdas, y tenemos un claro ejemplo de ello en el grupo revolucionario alemán Baader-Meinhof. Su ideóloga, Ulrike Meinhof, era muy religiosa, protestante, y no hay que olvidar la influencia que la religión protestante ejerció sobre la ideología nazi. Y mi película refleja la relación entre la religión, especialmente la protestante, y las actitudes totalitarias.
–¿Por qué esa relación es especialmente estrecha en el caso del protestantismo?
–Porque no ofrece ningún intermediario entre el creyente y Dios. No hay un sacerdote que perdone los pecados, es Dios mismo quien lo hace.
–¿Podemos decir que el rigor visual de La cinta blanca refleja los férreos valores protestantes de la comunidad que retrata?
–¿Me pregunta si he querido castigar al espectador como los padres de la película castigan a sus hijos en nombre de Dios
–Algo así.
–No era la intención. Para retratar un mundo cruel no es necesario serlo con el espectador. Como decía Sartre, no hace falta que creas en Dios para ser amable con tus vecinos. He rodado en blanco y negro porque la imagen mental que tenemos de esta época, principios del siglo XX, procede de fotografías y, por tanto, es en blanco y negro. Cuando veo ciertas películas en color ambientadas en el pasado tengo serios problemas para creérmelas.
- La cinta blanca habla de la generación de sus padres. ¿Trata con ella de expiar sus culpas?
–Crecí en un ambiente judeocristiano, por eso asumo que no debes ser malvado para sentirte culpable. Todos mis filmes hablan de la culpa.
–Y todas hacen crítica social: de los medios de comunicación, los sistemas educativos, el racismo. ¿Se considera un cineasta político?
–Me hago preguntas políticas, pero nunca trato de influir políticamente ni de defender una ideología. El cine que persigue esos objetivos es pura propaganda y carece de interés.
–¿Se considera un moralista?
–Hoy la palabra moralista es usada a modo de insulto para definir a alguien que trata de imponer modelos de conducta. Pero si haces cine debes tomarte a tu audiencia en serio y asumir responsabilidades. Si defender eso es ser moralista, lo soy.
–Pero, a la vez, la violencia es un ingrediente fundamental de su cine.
–Sí, pero no pretendo convertirla en espectáculo. En nuestra sociedad, la violencia está en todas partes. No me siento como un realizador sino como un perseguidor.
–Figuras culturales prominentes de su país como los literatos Thomas Bernhard y Elfriede Jelinek, el cineasta Ulrich Seidl y usted mismo ofrecen una imagen de su sociedad que no invita a elegir Austria como destino turístico. ¿Es tan inhóspita?
–Sí, pero no sé por qué. Jelinek escribió que «Austria es un pequeño mundo que el gran mundo usa a modo de sala de ensayo». Probablemente tenga razón.
FUENTE: EL PERIÓDICO.ES