CEC cumple 10 años de vida. Los creadores de la página no somos gente ávida de celebraciones ni fiestas sociales, y nos hemos querido limitar a agradecer a los lectores y autores que aún siguen con nosotros la confianza depositada en la idea y los principios que la rigen.
También queremos recordar como empezó TODO. Y fue así:
"Nos pasamos la vida diciendo adiós"
Nos pasamos la vida diciendo adiós. Para empezar, llega un día en que hay que decir adiós a la supuesta inconsciencia de la infancia. Y decimos supuesta porque ahora se sabe que nuestros 5 primeros años de vida determinarán nuestros vacíos, debilidades y aptitudes para el resto de nuestras vidas.
Tras despedirnos del huracán de emociones que suponen los años de juventud, nos convertimos en adultos. Dicen que eso significa despedirse de esa inocencia ininterrumpida, ya que el mundo actual así lo demanda al no tener plazas para inocentes.
Así es como la vida empieza a convertirse en un conjunto de despedidas en cadena: adiós a la escuela donde tan poco aprendimos de la vida REAL; adiós a aquella universidad que nos hizo descarrilar de nuestra verdadera vocación; adiós a los padres cuando nos marchamos de casa para dejar de ser aquellos que nos han hecho creer que somos para intentar descubrir quienes somos en realidad; adiós a nuestra família y a nuestro entorno para conseguir las tan ansiadas independencia y libertad; adiós a nuestra independencia y libertad cuando no sabemos qué hacer con ellas, ni gestionar bien nuestras emociones y deseos, precisamente por esas siempre interesadas influencias familiares que creíamos haber dejado en casa; adiós a los estudios obligatorios y obligados para pasar a los trabajos forzados y forzosos; y adiós al primer trabajo, precisamente por ser demasiado forzado.
Adiós a nuestro primer amor, casi siempre fallido e inolvidable; adiós a esa piña de amigos que poco a poco se separa con el estúpido fin de decir adiós a la soltería, algo que cualquier especímen neandeartalítico puede lograr (otra cosa es vivir algo de verdad en estos terrenos pantanosos del concepto socializado del amor, que no del amor en sí mismo); adiós a la vida de pareja bien entendida como unión tantas veces como lo intentes (nueva regla de tres de la era "post-moderna" a la que tanto han contribuído las nuevas generaciones); adiós a tus sueños reales, pues tú serás la primera persona del singular en abandonarlos; y adiós a tus propios principios e ideales, pues la sociedad manda y la vida te va liando, que diría tu Dios de las Malas Excusas.
Decimos adiós a un espacio propio que amamos cuando nos obliga una mudanza (física o emocional, ésta última siempre más dolorosa e inexplicable); adiós cuando viajamos para conocer otras culturas (tan subjetivas en sus inhumanas tradiciones como la nuestra); adiós a tu libertad con hipotecas de todos los tipos y colores, en mil formas variadas tipo casa, familia, niños, trabajos, obligaciones, apariencias y otros escupitajos vitales; adiós al mundo laboral para poder jubilarte cuanto antes del trabajo que te esclaviza y chupa la sangre, con el fin de hacer algo que te pueda llenar o aportar; adiós a todas aquellas personas que se van de nuestras vidas, ya sea por motivos de salud, de traición o de incompetencia; adiós a la buena salud en un momento ¡sorpresaa! (puto cuerpo humano)
Y no nos olvidamos del adiós final, aquél que desde niños nos han educado a ignorar (como no podía ser de otra manera, para algo crearon un sistema educativo). Aquel adiós final que, por lo tanto, nos negamos a aceptar, cuando en realidad determina nuestra forma de sentir y vivir la puta vida. A algunos les pillará que ya llevan muchos años muertos en vida o sin poder sentirse vivos porque no quieren confrontar el dolor, pero el momento mortal que viviremos todos los mortales llegará (incluso los que comen kilos de verdura y hacen mucho deporte, aunque a ellos les parezca mentira). Será el momento clave, aquél en que tendremos que decir adiós a una vida que básicamente nos ha intentado timar en todo y limitar al máximo nuestras facultades, y que siempre nos ha enseñado a decir adiós, aunque haya quien aún no lo ha aprendido a hacer.
Y quizás no es fácil decir adiós en según qué ocasiones, pero hay que hacerlo, de forma obligatoria y radikal: sobre todo, cuando algo ya no tenga ningún sentido. Cuando así lo sientas, cuando te toque... o cuando no haya más opciones.
Hay que podar, despedirse de todo aquello que ya no repetirías un millón de veces más, que es lo único que vale la pena: una fórmula matemático-espiritual que jamás falla. Si no tienes ganas de hacerlo un millón de veces más, ya no sirve. ¡ADIÓS!
Dejar atrás todo aquello que ya no hace balance positivo en tu vida, decir adiós con un par de huevos a aquello que ya no funciona, que no te hace sentir vivo... sea por el motivo que sea, por más que te dé seguridad, comodidad o estúpida apariencia en este baile de disfraces social que cada día tenemos que soportar. Hay que decirle adiós a todo lo que no sirva, por más que te suelte a las cloacas de la vida, al igual que hay que saber decir que no y aprender a dudar menos cada vez que tomamos decisiones. Hay que reinventarse constantemente, pues la rutina no perdona.
Dejas una parte aparentemente segura de tu vida para entrar en la incertidumbre, y eso es lo que a muchos les frena en el momento en el que hay que decir adiós. Pero vivimos muchas vidas dentro de una sola, y hay que empezar a aceptarlo, que ya somos mayorcitos. Cuesta lo suyo, pero hay que tomárselo todo como algo transitorio, porque mañana puede haberse modificado o incluso desaparecido. Si alguna vez nos hemos equivocado soportando situaciones y relaciones insoportables, siempre ha sido por no saber decir adiós.
¡Pero ojo! ¡No vayas a decirle adiós a aquello que, precisamente, no tienes que echar de tu vida!
Este es un gran fallo humano a la hora de decir adiós, siempre inducido por las opiniones del vomitivo e interesado congreso de sabios que nos rodea, en el que no deberías caer nunca. Lo pagarás caro y habrás hecho un ridículo imposible de justificar cuando pases por delante de tu propio espejo.
Decir adiós a anteriores proyectos compartidos significa, en este caso, darle la bienvenida a nuestra cadena cultural. Tenemos las ideas muy claras, y el compromiso inviolable de ejecutarlas. Sin perder de vista, nunca, el objetivo. Sin salirnos, por nada, de nuestro centro de gravedad ni del latido de nuestras esencias. Unas esencias que son únicas y que, por tanto, no deben dejarse arrastrar por lo que está calculadamente diseñado para normalizarnos y asimilarnos. Perderíamos lo más preciado, nuestra singularidad y particularidad, cediéndola a ese más de lo mismo tan aniquilador como inútil.
Y es con este espíritu que queremos empezar a encadenarnos con todos vosotros. Algunos dirían que ha sido la voluntad de Dios, y otros más esotéricos que todo fue por cuestiones de la providencia. Pero ya hace mucho tiempo que les dijimos adiós a las falsas creencias y somos muy conscientes de que la mayoría de inventos son obra de la voluntad del ser humano, desde la tecnología más puntera hasta la (extra)vagancia más extrema. La idea que llevamos en la cabeza intenta romper con todas aquellas actitudes humanas a las que hay que decirles adiós.
Con unas bases claras y auténticas, con un espíritu luchador y rompedor, con total vocación de servicio, con la ilusión intacta de los niños que aún somos y con un adiós como punto de partida, empezamos nuestra nueva aventura con rumbo definido hacia la próxima despedida.
Pa lante, con fuerza, sin mirar atrás, siempre pa lante.
Gracias por estos 10 años de contenido cuyo valor es incalculable.