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Ya me estás imaginando con cara rara, ya estás pensando que estoy loco o que me he tomado algo más fuerte que un vaso de agua o que he respirado algún gas distinto de los atmosféricos. Bueno, no apresures el juicio, no aventures conclusiones, al fin y al cabo en esta vida sólo se plantean preguntas absurdas. Y ésta, como no podía ser de otra manera, parece una pregunta absurda. Hasta ahora, en España, y por lo que tengo sabido en muchos otros países, se premia la natalidad.
En España, de varias maneras: mediante un pago único de 2.500 euros en el momento del nacimiento; mediante la reducción de los tipos impositivos en la declaración de IRPF, de modo que a igualdad de ingresos, se tributa progresivamente menos de acuerdo con el número de hijos; ayudas en libros, comedores escolares, matrícula en la universidad; descuentos en el transporte, etc. En esta pregunta absurda, lo que se insinúa es suprimir todo esto y cambiarlo por el sistema inverso.
A saber, y por resumir: multas de la administración central, autonomías y ayuntamientos por cada nuevo hijo nacido, aumento de los tipos impositivos en la declaración de IRPF, etc. Incluso, inventar un impuesto extraordinario sobre dodotis, leches maternizadas, biberones, cremas hidratantes infantiles, cunas, carritos de bebés, geles, champús, colonias, cobrar el transporte público a todos los menores a precio de adulto multiplicado por tres, etc. Que cada cual aplique su imaginación y penalice realmente y con contundencia el nacimiento, sostenimiento, educación y desarrollo de todo recién nacido.
Y nada de permisos por natalidad para los padres: a trabajar al día siguiente del parto. Bueno, para facilitar los efectos de la penalización, habría que favorecer, con descuentos o bonificaciones, el uso de anticonceptivos. O sea, sexo, sexo, sexo y más sexo, pero sin descendencia. Claro, que quizá habría que sellar la boca del papa Benedicto y el cardenal Rouco. O hacer oídos sordos a sus palabras, que predicaran en el desierto. Imaginemos, ya sé que es absurdo, pero imaginémoslo, que se legisla así en España y en el mundo.
¿Qué sucedería? ¿Cuáles serían las consecuencias? La inmediata, la principal, que sería la madre (madre, jaja: ¡multa a la consecuencia!) de todas las demás consecuencias: nadie tendría hijos, salvo acaso dos grupos sociales: los ricos, por capricho o signo de distinción, como cuando ahora se toma caviar o angulas o se pagan un viaje espacial, y los del Opus dei, por mandato divino. No creo que nadie más se atreviera. Tal vez los locos, pero los locos siempre han hecho locuras y no sólo teniendo hijos.
Desde luego, todos los economistas y demógrafos del mundo se nos echarían encima. El mantenimiento de las pensiones y los sistemas de protección social, así como el crecimiento económico que teóricamente garantiza niveles de vida cada vez más confortables, requieren el aumento sostenido de la natalidad. ¿Qué sería del PIB sin un aumento de la natalidad? Es la teoría de los economicistas. Pero acabaríamos con la pobreza en el mundo, simplemente porque no podrían reproducirse los pobres. Y con los problemas de vivienda y los de alimentación, y con las enfermedades –sólo se ponen enfermos los pobres-, con la contaminación, con los problemas de espacio, etc.
Y no harían falta ciudades más grandes, ni más coches, ni más carreteras, ni más deforestación. ¿Alguien imagina, al cabo de unos pocos años, un mundo con 1.000 millones de habitantes, más o menos la población del mundo en la Edad Media, menos que la población actual de China o India? ¿Por qué no podemos imaginar un mundo con 1.000 millones de habitantes? ¿O 500? Bueno, 500, quizá sea mejor 500. Si seguimos con esta tasa de crecimiento, el mundo tendrá 9.000 millones de habitantes (España, 60 millones) en 2.050. ¿Podemos imaginar un mundo con 20.000 millones (España, 125 millones)? Más o menos para final de siglo. Así que, ¿por qué no convertir en plausible la pregunta que hoy es absurda?
Fuente: elblogdelaspreguntasabsurdas.blogspot.com