Martes, 10 Agosto 2010 11:25

Antonio Gala: amantes y amados. Extractos de "La pasión turca" y "Trece noches"

Escrito por  Publicado en Extractos de libros

"Nacemos con el papel de amante o amado repartido, y ése es el que representaremos durante nuestra vida. (...) Claro que el amado es un poco amante, y el amante, algo correspondido; pero la actitud previa y esencial la tiene cada uno señalada. En cada relación amorosa hay, en último término, un devoto y un Dios, un amo y un esclavo; hay quien rompe a hablar y hay quien responde. Para opinar, habremos de tener en cuenta lo que sabemos y lo que intuimos: el primer golpe de vista es importante.

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Aunque es difícil que se dé, una pareja formada por dos amantes es violenta, echa chispas y es improbable que dure mucho tiempo; en cuanto aparezca un amado, uno de los amantes se irá con él.La vida de una pareja de amados puede ser larga, en cambio, porque los dos son acomodaticios; pero será bastante sinsorga y más bien sosa.

[Si se juega a establecer quién es el amante y quién el amado de las parejas que conocemos, casi] nadie querrá que se le considere amado. El amante tiene mejor prensa: es el que más sufre, el que más pierde; en el tapete verde se juega entero contra unos cuantos duros: ganar unos duros a costa de la vida no es ganar. Es el agente, el provocador, el generoso... ¿Y si fuese también el exigente, el que, cuando se abre la apuesta, sólo aspira a los duros que el otro arriesga, y, una vez ganados, quiere más, más y más? ¿Y si, en un momento dado, el amante tuviese suficiente consigo mismo? El amado es el pretexto de lamor, su motivo; ya está en marcha el sentimiento, ya él no es imprescindible; bastan sus huellas. El dolor, el recuerdo, el temblor del recuerdo; él ya fue usado. El amante no necesita pruebas; le sobra con su amor, con su propio amor de amante. El amante llega, inviste y reviste al amado con las prendas que él trae: mantos, bordados, oros, velas, como a un paso de virgen andaluza. Cuando aquello se acaba, recoge sus riquezas y va en busca de otra imagen que enjoyar, que dorar, que adorar... El amante se repone a sí mismo, porque saca la fuerza de sí mismo. El amado, que la recibe del otro, la pierde si el otro se va, pierde su identidad, se deteriora su fe en el mundo y en las promesas infinitas. El amado es irremisible, porque es el reflejo de una luz, porque depende. ¿Quién es, por tanto, el dios y quién el idólatra? ¿Quién el verdugo y quién la víctima?"

Extracto de "La pasión turca", una novela de Antonio Gala.

(...) ¿Qué es el amante; qué, el amado? Su diferencia no es de cantidad, sino de calidad. En toda relación amorosa hay, en último término, un devoto y un dios, un esclavo y un amo. Hay quien rompe a hablar y quien responde.

El papel de amante y el de amado nada tienen que ver con la postura física: es algo interior y más trascendental, algo invariable hasta la muerte.

El amor es como una comedia, bien o mal escrita, y todos nacemos con los papeles repartidos. Todos, al nacer, traemos debajo del brazo el papel de protagonista o de antagonista, el papel de amante o el papel de amado. No de una manera rígida. El amante también se siente correspondido y el amado también corresponde. Pero esencialmente cada uno ya sabe, al nacer, cuál es su papel. Tiene que aprenderlo con certidumbre, tiene que asegurarse. Por supuesto que ese amante y ese amado luchan por el protagonismo de la comedia. Pero cada uno sabe cuál es su papel en esa batalla incruenta, en esa hermosa batalla fingida tantas veces, del amor.

Se empeñan los que aman en actuar como si fuesen los amados. En que se les arranque, como a la fuerza, lo que están deseando otorgar. Es su doliente forma de mentirse. Desean colocarse en la posición del otro y empiezan entonces a perder realmente la partida. Existen seres dulces, tibios, a los que hay que mimar, ante los que hay que tomar la iniciativa. Bastante hacen ya con abandonarse al capricho de los otros: no se les debe exigir más que eso. Les llegará quizá el momento en que sean ellos los amantes y en que sufran lo que ahora hacen sufrir. Pero antes de ese momento no se les puede imponer lo que no sienten, de lo que apenas si caen en la cuenta. «Ah, sí», dicen y recuerdan vagamente que tienen una amante y se enorgullecen un poquito y responden, con cierto fuego o, mejor, sin desviar mucho la atención, a las caricias. Sin embargo, cuando éstas son demasiado numerosas, demasiado insatisfechas, vuelven con hartura la cabeza, con un gesto de niño contrariado en los labios y el entrecejo fruncido, y se defienden pensando en otra cosa. «Está bien. Déjame leer un poco.» Mientras al amante le sabe a sangre la boca y se desprecia a sí mismo, bien porque no sirve para hacerse corresponder, bien porque, a pesar de ello, no puede dejar de desearlo.

Fue un día en casa de Analía Gadé. Inventé el juego del amor, que consistía en que cada uno decía cómo veía a los demás, si como amante o como amado. Hubo total unanimidad. Yo era el amado. Me vine a casa llorando. Me parecía un horror, me parecía que el juego era una mierda y que se había equivocado todo el mundo. Luego empecé a darme cuenta de que a lo mejor era verdad, que yo había sido el amado siempre; mal amado, insuficientemente amado, apresuradamente amado, pero el amado. Vi que habían intentado llenar mi piscina, mi gran capacidad de amor, con una tacita de café y había urgido este trabajo de amor, y al hacerlo, había adoptado una postura de amante. Y probablemente no lo he sido... Me debía haber resignado a ser amado. Luego ya me he resignado, sencillamente porque no he participado mucho en el asunto. De todas maneras, no he tenido suerte en el amor y tampoco he sabido hacerlo.

El amante tiene mejor prensa que el amado. El amante siempre dice: «Caramba, apostar la vida entera, que pongo yo en el tapete verde, contra tres duros que pone el amado, siempre es perder. Porque ¿qué es ganar tres duros a riesgo de perder la vida?» Sí, pero es que el amante gana tres duros cada tres minutos. Llega un momento en que esa buena prensa hay que cuestionarla, porque el que está pendiente del amante es el amado. El amado es irremisible. Realmente, el amante se satisface con el amor conseguido y, a veces, de pronto, vuelve la cara hacia otra cosa y el amado se queda sin la luz, porque recibe la luz a través del amante. Yo estoy ahora muy de parte del amado: se le ha hecho injusticia. El amante, cuando se va, recoge toda la parafernalia con que había adornado al amado: las velas rizadas, las joyas, los mantos bordados, como una virgen sevillana, se lo lleva todo y se lo pone a otra imagen. Y se queda absolutamente desvalido el amado. Yo estoy con los perdedores y me parece que el amado puede ser el más perdedor en el amor(...)

Extracto transcrito de "Trece noches", su libro y programa de televisión con Jesús Quintero.


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