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Vivir en la sociedad en la que vivimos no es fácil. Desde el mismo momento en que nacemos, nos ponen toda la presión de la que son capaces los adultos, como si fueras un Atlas cualquiera y pudieras sostener el peso de los cielos sobre tus hombros. Aprender a andar, aprender a balbucear y, como no, aprender a hablar. Y todo por la sencilla razón de que el ser humano es un animal social. Queramos o no, nuestro código genético nos dice que tenemos que socializarnos. Y cuando creces, te das cuenta de que todo en esta vida está montado en torno a esa necesidad de relacionarnos con nuestros semejantes.
Desde el primer contacto entre individuos de nuestra especie, hasta el incontrolable auge de lo que se ha venido a bien llamar "redes sociales", todo es socialización. No soy ni mucho menos un experto en sociología, ni un estudioso de las ciencias sociales. No quiero engañar a nadie. Pero me llama la atención que, en según qué situaciones, seamos incapaces (quiero decir que YO sea incapaz, obviamente) de actuar como realmente queremos, para hacer algo que a priori no nos apetezca, en pos de un mejor entendimiento con los que nos rodean. Voy con un ejemplo práctico, porque igual no me estoy explicando bien.
Estoy preparando mi boda. Hasta aquí, todo bien (sé de uno que dirá que ni en broma está bien eso de casarse, pero bueno, eso son apreciaciones personales de cada uno, que podemos discutir largo y tendido en otro momento). Desde el instante en que mi pareja y yo decidimos casarnos, teníamos claro que queríamos una boda pequeña, algo íntimo. Padres, hermanos, los cuatro amigos más cercanos y ya está. Esa era nuestra premisa. Como además no teníamos dinero suficiente como para invitar a nuestras familias al completo, por mucho que quisiéramos hacerlo, no podríamos, así que la situación se nos puso de cara para poder hacer lo que queríamos.
Todo se empezó a complicar el día en que mis amados progenitores nos propusieron pagarnos el viaje de boda. Mi pareja y yo, en un ataque de "socialización" (sí, es un mal que a veces trae peores consecuencias de lo que imaginas), decidimos porponerles a mis padres una idea que habíamos tenido: En lugar de gastarse el dinero en pagarnos un viaje, podían usarlo para que mis tíos y primos de Cádiz (toda mi familia, vaya...) pudieran venir a la boda, haciéndose cargo de la parte correspondiente de la "comilona". Mis padres, óbviamente, accedieron. Así, yo podría disfrutar ese día de la inestimable compañía de mis familiares, con quienes tengo una excelente relación, pese a la distancia. De ese modo, la idea inicial de hacer una celebración de aproximadamente veinticinco personas, se veía abocada al fracaso, al contar también con nuestros tíos y primos. Pero no importó. Al fin y al cabo, nosotros sugerimos la idea del cambio y nos parece una mejor que buena justificación, para juntar a dos familias que para ambos son importantes.
Y ahora viene cuando toca renunciar por completo a lo que uno tiene pensado.
Días después, mi madre me hizo LA pregunta: -¿Te importaría que se lo dijese a unos amigos de tu padre y míos? Me haría ilusión que vinieran a tu boda y sé que a ellos también les gustaría. Además, te quieren mucho y no lo van a olvidar jamás."-
Quede claro de antemano, que tanto Vanessa (mi pareja) como yo, habíamos dicho que nada de invitar a compromisos. Pasara lo que pasara, nada de compromisos. Pues aquí la jodimos. La jodimos porque se da la circunstancia de que esos amigos de mis padres son las típicas personas que no veo más que en Navidades. No es que me caigan mal. Es que no me caen de ninguna manera, puesto que mi relación con ellos es inexistente, más allá de darnos dos besos y desearnos feliz año nuevo después de las campanadas.
Claro, entonces te das cuenta del jardín en el que te ha metido tu madre, y del cual, por mucho que no te guste, vas a salir, sí, pero atravesando los zarzales. Cualquiera puede pensar que, a fin de cuentas, le puedo explicar a mi madre el porqué de no invitar a mi boda a unas personas con quienes no tengo más relación que la antes mencionada, que ella debe entenderlo le guste o no y todos contentos. Pero claro, también puede resultar comprensible (aunque no lo comparta) que el día de mi boda sea importante para mi madre (a pesar de que no sea ella quien se case) y quiera compartirlo con sus amistades, que son pilares clave en su vida.
Pero si hay algo que la vida me ha enseñado, es que toda situación es susceptible de empeorar. Y ésta no íba a ser una excepción.
Al comentarle a mi pareja la situación en la que estábamos (mi instinto, erróneamente me dijo que lo mejor era incluirla a ella en el lío), ella se cerró en banda, negándose a que esas personas vinieran a nuestra boda y me dejó a mí con el "muerto" de decirle a mi madre que ni hablar de invitar a esa gente (lógico, por otro lado, no la culpo. Después de todo es mi madre, no la suya). ¡¡Mierda!! ¿Qué hacer? ¿Le digo que no a mi madre y le doy el disgusto (ya todos sabemos cómo son las "mamas")? ¿O paso de lo que me diga mi novia y los invito, arriesgándome a que no haya boda (lo sé... más de uno optaría por lo segundo, con tal de que hubiera una opción de no casarse)? Así que, en un alarde de madurez y respuesta serena, argumenté: -¡¡¡¡A tomar "pol culo"!!!! ¡¡¡¡No me caso y se acabó!!!! ¡¡¡¡Ni familia, ni amigos, ni compromisos!!!! ¡¡¡¡No hay boda!!!!-
Y después de esa meditada reflexión, mi novia me dijo que si el decirle a mi madre que no los invitábamos, íba a suponer que tuviéramos malas caras y discusiones entre ella y yo, pues que viniesen y punto. Desde luego, queda claro quien es la cabeza pensante de la relación...
De ahí mi fascinación por lo que son las relaciones entre las personas y lo que somos capaces de hacer para que otro quede contento, en detrimento de nuestra propia felicidad. No es que esos amigos de mis padres me hagan feliz si no están. Tampoco me hacen desgraciado si están. Pero es curioso cómo uno puede dejar de lado según qué ideas y según qué percepciones de lo que quiere, para satisfacer a quien considere oportuno. Así que, si con su presencia puedo hacer que la felicidad de mi madre sea completa, pues qué queréis que os diga... Prefiero eso que tener que aguantar a mi "vieja" quejándose por las esquinas durante años, porque os aseguro que es de las que se lo guardan todo.
Sea como sea, el día de mi boda pienso ir tan borracho, que no me voy a dar cuenta ni de quien narices está sentado a mi lado. Con lo que si mis padres quieren invitar a todos sus amigos, que hagan lo que quieran, oyes...
Eso sí, hay otros aspectos del casamiento que pienso controlar como un poseso, con tal de que se hagan como yo diga... O así pretendo autoengañarme, vaya...