Image by Onirica Fotografos Valencia via Flickr
Hay cosas en la vida que no se aprenderán jamás con manuales de filosofía, ni con doctorados ni premios Nobel en Humanismo, ni incluso teniendo las mayores condiciones para la razón.
Hablo de lo más duro de la vida, que es vivir el dolor y la pérdida de nuestros seres queridos.
No hay aprendizaje ni teoría al respecto que te salve ni ayude cuando este hecho inevitable tenga que ocurrir. Será una experiencia tan personal como dolorosa, un dolor en carne propia para el que no hay la menor anestesia, y si la hubiera no sería conveniente tomarla, pues tomarla sería privarte de este dolor y de la oportunidad de estar juntos y compartir el momento más difícil y que más te necesita.
Este dolor que te invadirá, que te bloqueará y que borrará tu sonrisa, será también el único manual de ayuda, que fundamentalmente te exigirá valentía suficiente para que ese dolor que te invade no hunda más a los demás, o a los que están a tu cargo y te necesitan. Será el propio dolor, al igual que la vida, el que te exigirá en esos momentos poner buena cara al sufrimiento y que aportemos a los otros alegría y no más dolor, aunque no tengamos fuerza para ello... se trata pues de enfrentarse a la asignatura de la vida en la única universidad que imparte esta materia: La universidad de la vida.
Llorar, en contra de lo que piensa mucha gente, es lo mejor que podemos hacer por quien ya no está. Esto, que parece una obviedad, a veces hay quien lo olvida, lo cual no hace sino aumentar la carga de vacío y soledad que tiene encima. Ya los antiguos héroes griegos lloraban con orgullo sus pérdidas y fracasos. Así que lloremos, pues en las lágrimas van impresos nuestros sentimientos y eso es lo que nos hará fuertes. Eso sí, las lágrimas hay que derramarlas mientras caminamos hacia adelante. Si lo hacemos hacia atrás, o simplemente quedándonos donde nos deja esa pérdida, a la larga lloraremos el doble.