En una fria y heladora tierra, harta de nieve, corre una victima ladera abajo. A escasos metros le siguen sus captores; su deseo no es atraparla mientras pueda defenderse, sino seguirla pacientemente hasta verla completamente agotada para asi, debilitada, desatar todo su instinto contra ella.
A esto en la naturaleza se le ha llamado instinto depredador, pero su maximo exponente no es ningún animal salvaje, sino una criatura mucho más cruel que vive en moles de cemento y ladrillo: los hombres.
En una fria y heladora mañana del mes de Febrero en la Plaza de las Cortes de Madrid, dos lideres politicos se afanan por negociar un pacto de gobierno. Mientras, a ambos lados del estrado, otros lideres politicos observan impávidos y pacientes todos sus movimientos...
Ven como su víctima se afanana, estrado arriba estrado abajo, haciendo declaraciones por doquier por los pasillos e intentando exponer los por qués de un pacto de gobierno. Un pacto al que alude, entre iguales, el único posible según éste, el único que defiende cosas comunes entre sí, como son el modelo terrirorial o un modelo reformista de cambio a base de un ritmo moderado de reformas.
Mientras tanto, y desde lo alto de la ladera de los estrados, otros vigilan sus movimientos, haciendo declaraciones -también por doquier- que niegan la honestidad o validez de dicho pacto, aún sin haberse hecho efectivo.
Un pacto, según estos, que solo seria válido u honesto, si son ellos los elegidos por su víctima.
El tiempo se agota, y la victima se afana en intentar convencer a sus captores de que recapaciten y no se opongan a su libre ejercicio de pacto.
¡¡Qué absurdo y paradójico!!. Una victima pidiendo clemencia a sus captores.... No sabe ésta que no existe clemencia alguna entre victima y depredador, más si cabe que sus captores no se guiarán jamás por sentimiento alguno de clemencia o justicia, sino tan solo por su instinto depredador!!