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Este verano he estado en Noruega. He ido de "Luna de Miel" (¿por qué lo llaman así al viaje que uno hace después de casarse? La miel es dulce, pringosa y empalagosa... Y si mi actitud no ha sido dulce, pringosa ni empalagosa, ¿quiere decir que no ha sido una Luna de Miel? Bueno, ya lo debatiremos en otro momento).
La cuestión es que después de ver cómo vive la gente en Noruega, he llegado a la conclusión de que en España somos una panda de caraduras, inútiles y algunas cosas más que ya iré enumerando:
Para empezar, la gran diferencia entre Noruega y España, generalizando un poco, es el carácter de sus gentes. En Noruega no hay prisa, son muy tranquilos para todo. Con deciros que la velocidad máxima para un automóvil es de 80km/h en gran parte de sus carreteras... Esto se debe a que todo el país está lleno de montañas altísimas, atravesadas por túneles que en muchas ocasiones pasan por debajo de los fiordos y rodeadas por carreteras más bien estrechas, que, para más dificultad, se pasan algo más de medio año congeladas y con varios metros de nieve encima. Por eso gran parte de los noruegos (por no decir todos) tienen una conciencia de lo que es la seguridad vial realmente asombrosa.
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Ni siquiera osan sobrepasar el límite de velocidad, porque la multa que les podría caer sería como para dejar de conducir debido a la depresión (Y eso que, os lo puedo asegurar, los coches que tienen allí, por regla general, no son ni mucho menos un Nissan Micra del año 1996 como el mío... He visto taxistas que llevaban Volvo XC90, BMW X5, Honda CRV y "chatarras" por el estilo). Incluso tienen en todo el país un Drunk Collection Service, es decir, un Servicio de Recogida de Borrachos. Tan asumido tienen esto de la seguridad vial, que si una noche un noruego prevé que va a beber algo, cuando llega al bar, deja las llaves de su coche en la barra, el camarero las guarda y cuando el cliente se quiera marchar a casa, lo hace caminando o, en caso de que vaya muy bebido, el camarero llamará al Servicio de Recogida de Borrachos y lo acercarán a su domicilio. Eso se llama responsabilidad ciudadana, ni más ni menos.
¿Qué hacemos aquí en España? Sencillamente conducir hasta las cejas de todo, ya sea alcohol, drogas, fármacos... Da igual, somos "más chulos que un ocho" y nos la suda lo que diga la legislación sobre qué debemos hacer, y más grave aún, nos la suda lo que les pueda pasar a los demás a causa de nuestras acciones.
¿Que me he bebido hasta el agua de los floreros? No pasa nada, "Yo controlo, yo controlo...". ¿Que me he metido cuatro rayas de coca y algún que otro pastillón? No pasa nada, "Voy lento, cariño, te lo prometo...". ¿Que llevamos a los niños sin atar en su sillita reglamentaria? No pasa nada, "Si, total, de aquí a allí es un momento..." ¿Que la velocidad máxima es de 80km/h? No pasa nada, "Si, total, entre 80 y 110 sólo hay 30km/h de diferencia..." Así nos va. Lo gracioso es que al españolito medio, en cuanto le ponen una multa, resulta que es porque la policía sólo va a recaudar, porque los de Tráfico son unos cabrones o porque el agente de policía en cuestión no tenía sentimientos. Cualquier cosa con tal de no asumir que hemos cometido una infracción y que la hemos cagado. Y con esto no digo, ni mucho menos, que muchas de las normas de circulación de nuestro país no sean absurdas, pero sí que digo que si existe una norma, es para cumplirla, no para intentar pasársela por el forro cada vez que podamos.
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Ahí tenéis, sin ir más lejos, el reciente ejemplo del señor Ortega Cano, uno de nuestros ilustres de la cultura española, al que incluso se le ha dedicado un busto (ver imagen), y al que las televisiones, radios y demás entes infecciosos de comunicación le están dedicando horas y más horas en sus programas, revistas, etc... con lo cual cabe advertir que es un tema que interesa a la gran mayoría de españolitos, otro síntoma del país en el que vivimos.
Este señor agarra su coche y conduce a unos 125km/h, según cálculos de la policía, por una carretera en la que la velocidad máxima es de 90. Bien sea porque iba bebido (algo que aún no se sabe) o porque perdió el control o bien porque se distrajo, la cuestión es que invadió el carril contrario, impactando tan fuerte contra un coche que venía de frente, que provocó la muerte instantánea del otro conductor. De hecho, el golpe fue tan brutal, que el motor del otro coche salió despedido y colisionó contra un tercer vehículo que pasaba por allí.
A parte de lo que supone que una persona se salte las normas de circulación a la valiente, provocando con eso la muerte de otra persona que no tiene más culpa que la de estar en el sitio menos indicado en el momento menos indicado, lo que me ha sorprendido más de todo esto, es el recibimiento que le brindó la gente al ex matador (nunca mejor dicho), José Ortega Cano, a su salida del hospital. Era grotesco ver cómo la gente vitoreaba su nombre y le aplaudía como si de un héroe nacional se tratase, obviando que por culpa de una imprudencia había acabado con la vida de una persona.
Creedme que no le deseo el mal a casi nadie, pero de verdad que cada vez estoy más seguro de que en este país estamos mal de la cabeza. Valores fundamentales como el respeto a las normas, el esfuerzo o el sentido de la responsabilidad, parece que han sido relegados al olvido más absoluto.
Resulta ser que cuando una persona que nada tiene que ver con la prensa cardiovascular comete una infracción y ello acarrea la muerte de alguien (o ni siquiera la muerte, con algún daño es suficiente), todos ponemos el grito en el cielo para que la justicia recaiga sobre él con toda su contundencia y sirva de ejemplo para el resto de nosotros, adalides de la moralidad, que nos erigimos en jueces mucho antes incluso de que los jueces de verdad dictaminen una sentencia. Pero cuando el que comete una infracción es uno de esos recalcitrantes famosos que copan los programas televisivos, hacemos la vista gorda y nos olvidamos de sus pecados.
No digo que el ex torero debiera estar muerto, como he oído a más de uno decir estos días, pero sí que pague por su delito, sea el que sea, tal como lo hizo Farruquito en su día y tal como le toca hacer a cualquier hijo de vecino cuando la lía como ha hecho él.
En cuanto a la gente que le vitoreaba... ¿Qué decir? Todos sabemos que el individuo puede ser muy inteligente, pero que la masa es irremediablemente estúpida.
Eso, acompañado de la ya de por sí deteriorada imagen que guardo de la gran mayoría de mis conciudadanos, hace que me den ganas de irme de vuelta a Noruega y no volver.
Habrá quien diga "¡¡Pues lárgate y deja ya de dar por culo, pesado!!". Y ganas no me faltan, os lo aseguro pero hay algo que me impide irme: Mi mujer es de las que están muertas de rodilla para abajo en invierno. Y si es así en Barcelona, no me quiero imaginar lo que puede ser a -40ºC. Sinceramente, prefiero quedarme aquí dando por culo, que aguantar los pies fríos de mi adorada esposa (qué duro suena esa palabra... esposa...) durante un invierno entero.
Así que ya he vuelto, señores. Vayan preparando la vaselina.
Léete de nuevo el último párrafo, hazme el favor.
Gracias por aportar.