virus (Photo credit: jiparis)
Todo gobierno es una dictadura, pues en cualquiera de ellos, unos cuantos hombres dictan e imponen sus propias normas a los demás. Y como todo lo que tiene sentido tiene su propia lógica, toda dictadura igualmente tiene la suya, y todo hombre lúcido y decidido de cualquier gobierno, si le es posible, intenta imponer la suya. Pero hay dictaduras buenas, malas... y dictaduras hijas de puta.
Las primeras, las buenas, son tristemente utópicas, pues no han existido nunca, o a lo sumo, sólo hemos tenido pequeños ejemplos larvados en revoluciones luego fracasadas, como por ejemplo la revolución francesa.
Las segundas, las malas, son las dictaduras en las que los ideólogos de las mismas, con claras ideas morales, reprimen a todo ciudadano sospechoso de atentar con su idílico proyecto de sociedad, como por ejemplo las dictaduras fascistas o stalinistas.
La tercera, la dictadura hija de puta, es la más falsa de todas, la que peor huele y la que más vómito causa, y su nombre no es otro que la dictadura de la Democracia. Esta es la peor de todas, por el simple hecho de ser la única que no tiene arreglo, a diferencia de las demás que sí lo tienen -pues tarde o temprano serán derrocadas o simplemente acabaran agotándose-, pero la dictadura de la democracia, una vez introducida en cualquier sociedad o planeta, se convierten en un virus parasitario que infectan todas las células del sistema, produciendo a su vez unos virus que difunden indefiniblemente sus genes, y como cualquier otro virus no es fácil de localizar, pues no da la cara jamas , siendo completamente invisible a lo ojos de los demás.
El principio activo del virus de la dictadura de la democracia es la mentira y la falsedad, actuando ambos simbióticamente: falsedad, porque se mimetiza haciéndose pasar por lo que no es, y mentira porque se basa en disfrazar de verdades las mentiras.
La dictadura de la Democracia, como en el cuento del 'traje nuevo del Emperador'', viste y se pavonea exhibiendo un irreal e inexistente traje de armiño, compuesto de idílicos y valiosas valores de igualdad, libertad, justicia, progreso y educación, que dejan boquiabierto y extasiado al pueblo admirando tanta belleza descrita, una belleza que nadie por ningún lado ve, pero que tampoco nadie se atreve a poner en duda, sin miedo a caer en el tópico de que todo el mundo lo ve, menos uno mismo.
La dictadura de la democracia, como es pura mentira, es la excusa perfecta para hacer uno lo que le salga de los cojones, aludiendo siempre a su derecho a la libertad: da igual si este derecho afecta, coarta o daña la libertad de los demás, da igual si es justa o injusta, ante todo ampara el derecho a la libertad y a la vez crea una ristra de normas, leyes y restricciones absolutamente arbitrarias y con un claro fin recaudatorio, que reprimen radicalmente la libertad sensata de cualquier individuo.
Del mismo modo, y aludiendo a sus principios de libertad, deja igualmente que cada uno haga lo que le venga en gana, lavándose las manos y cuidándose mucho de no interferir en cualquier ejercicio ''de libertad económica'', dejando al ciudadano al amparo del ultimo mercenario del poder económico de moda. Con estos mismos principios, es igualmente fácil encontrarse hoy en día con familias ''muy, pero que muy democráticas'' donde no hay normas, reglas, principios, ni responsabilidades, donde los hijos hacen lo que les viene en gana, sin restricciones ni sentido de la responsabilidad, y los padres, por dejación de funciones, tampoco asumen la responsabilidad de educar.