En los bailes, sonaba Rumba 3, y a los niños no nos dejaban entrar...
Mientras, en descampados y solares, jugábamos al fútbol o a hacer batallas y, escalabrados a pedradas -o a palos-, llegábamos a casa, donde cobrábamos aún más ''por tontos'' -decían nuestras madres-.
Poco a poco, nos hacíamos mayores, y empezábamos a colarnos en los bailes y a tontear con las chicas, y en los viejos solares, donde antes nos escondíamos y hacíamos las primeras pajas, ahora nos metíamos con chicas a meterlas mano o a lo que se pudiera.
Mientras, en los barrios de la gran ciudad, pantalones de campana, camisetas ajustadas, zuecos, gafas de sol y ''bardeo'' en el bolsillo, indumentaria tipo 'los reyes de la calle', "los Macarras'', pequeños delincuentes autóctonos de los barrios. Si te cruzabas con ellos, mejor no mirarlos, no respirar y cruzarse a tiempo de acera era lo más aconsejable, pero mejor que no te vieran ni se fijaran en ti.
Si tenías la mala suerte de que se fijaran en ti, date por seguro que llegarías a casa sin gafas de sol, chupa o dinero, así era la ley de la calle, donde ellos reinaban.
Algunos de estos vestían a la moda y mejor que nadie, obviamente por el morro: eran los más chulos, se ligaban a las mejores chicas y, cuando aparecían por la discoteca, habría problemas fijo.
Lo mejor era que te conocieran poco a poco, que te vieran que no tenías nada que ellos pudieran desear, que pensaran que simplemente eras un buen chaval. Si te los encontrabas en los billares y te hacías respetar ganándoles al futbolin o al billar y no teniéndoles excesivo miedo, podías incluso ganarte su respeto, eso sí, sólo por un tiempo.
Podías encontrarles siempre andando por ahí, en la bodega, en el bar, en las plazas o donde menos te lo esperaras, generalmente ni curraban ni estudiaban: más que otra cosa, golfeaban y practicaban su deporte preferido, el ''sirlar''.
Si te conocían de vista, te pedían un cigarro, y si hacías confianza con alguno de los más ''chungos'', ya tenías un buen salvaconducto para andar por ahí sin problemas. A veces los veías pasar a toda hostia por la calle con las potentes y ruidosas Osas y Bultacos de la época, o aparcando frente al bar con un coche diferente, mejor no preguntar de donde lo habían sacado.
Algunos gustaban de irse de ''vacaciones al extranjero'', o sea, bajarse al ''moro'' para ''hacer turismo'', fumar buena hierba y, de paso, subirse el culo lleno de ''bolas de hachis'' para sus negocios, así eran las cosas.
Poco a poco, los pantalones de campana y los zuecos dieron paso a la chupa vaquera, a los pantalones pitillos y las zapatillas Yumas, y del costo a las rayas, de los tripis a la heroína, las drogas, entraban de lleno en la sociedad como reinas del vacile.
Mientras tanto, en el extrarradio de la gran ciudad, en los barrios llamados marginales, se cocían las grandes ligas de la delincuencia urbana: el Torete, el Vaquilla, el Jaro y otros muchos más, auténticos líderes de la delincuencia urbana del momento, una delincuencia en la que la cheira o bardeo era sustituida por el fusco y la recorta, el hurto y el menudeo con las dogas por el atraco a bancos, estancos y gasolineras.
Peligrosos delincuentes estos, hijos de esa parte olvidada de la sociedad llamada marginal, jóvenes hijos de la desgracia, del analfabetismo y de la falta de oportunidades, pasto para las prisiones, muchachos de vidas efímeras, consumidas en poco menos de treinta años por las drogas y la dureza en las cárceles.
Poco a poco llegaba la mili, y los ''madriles'' y los de ''Barna'' congeniaban y mezclaban ''el Rey el pollo frito'' con la rumba de Tijetitas . Mientras, en la cantina de los cuarteles, la Paloma Blanca de los Calis alegraba el ánimo de los reclutas, y una canción de nombre ''Heroína'' anunciaba ya la trágica sangría y ruina que la heroína estaba causando en la joven sociedad española de los 80 ......