El Segundo de estos escenarios es su casa de Cadaqués en
Port LLigat, residencia principal de la pareja Gala-Dalí, taller y laboratorio principal de donde salió casi toda la obra del genial artista.
Y finalmente, el tercer y ultimo de estos escenarios, el castillo de Pubol, un castillo medieval que Dalí regaló a Gala para que ésta, en la ultima etapa de su vida, ejerciera por completo alli su más privada intimidad, sintiéndose como una auténtica Reina. Tres lugares igual de sagrados, y así como todo musulmán creyente debe de ir al menos una vez en su vida a la Meca a conocer la tumba del profeta, todo fanático daliniano que se precie tiene que ir a conocer el Museo Dalí de Figueres, donde se halla la tumba del profeta del surrealismo.
Y así se cumplió mi destino, y haciéndome 800 Km. del tirón, realice mi peregrinación a conocerlos. ¿Y que ocurrió pues, se preguntarán?. Pues esto es lo que ocurrió:
La primera ''dosis'' fue nada más llegar a la ciudad de Figueres, en la provincia de GIRONA, pues sólo sentirme en la ciudad natal de Dali y alojado en el mismisimo hotel Duran, donde se halla ubicado el restaurante favorito donde Dalí acostumbraba a comer, y del que a escasos metros además se encuentra el museo Dalí, me causó un estado de excitación tal a la altura del más alto grado del método paranoico crítico.
Una vez dejados los bártulos e instalados en el Hotel, me acerqué presto a visitar el Museo Dalí: cuando llegué, a eso de la media tarde, éste estaba ya cerrado, pero daba igual, solamente estar en los alrededores del museo, en la mismísima plaza de Salvador Dalí, viendo desde la calle las majestuosas fachadas de Torre Galatea y demás muros del museo, coronados de gigantescos huevos y adornadas de enormes panes, además de la fachada principal de entrada al mismo, con las parcas, sus guerreros con su barra de pan en la cabeza y la escafandra de buzo presidiendo todo...
Y todo esto complementado con las extrañas y surrealistas esculturas dedicadas a Meissonier que hay de la plaza, erigidas encima de enormes pedestales absolutamente surrealistas hechos de neumáticos de tractor, más la escultura principal que preside la entrada al museo, la genial obra surrelista que Dalí elaboró en homenaje al filósofo y escritor catalán
Francesc Pujols, una escultura extraña y curiosa donde las haya, mitad árbol mitad pensador...
Solo esto fue suficiente para causarme un estado de excitación cuasi paranoico, un estado que me trasladó al mágico y vivo escenario daliniano, lugar del que no quería marcharme...
Tres noches pasé casi en este lugar, del que no me fui por mi cuenta, sino que me tuvieron que llevar por la fuerza de regreso al hotel...
Al día siguiente, la experiencia de visitar el museo Dalí la puedo resumir en breves palabras: también me tuvieron que sacar de éste pues yo no habría salido jamás del mismo por mi propia voluntad: miles de objetos, cuadros y símbolos dalinianos por todos lados, para los que necesitaría no un día, sino años enteros para empaparme y nutrirme suficientemente de su magia, entrándome incluso enormes ganas -que tuve que reprimir-, de meterme en esa gran obra suya que es el taxi pluvioso, una composición surrealista en la que una pareja de maniquíes recién casados, y el chófer, viajan empapados de agua en un taxi en el que llueve dentro, obra en la que originalmente moraban caracoles vivos.
Y fue aquí, bajo la cúpula geodésica reticular diseñada por el fallecido y genial arquitecto Emilio Pérez Piñero, bajo la supervisión del propio Dalí, una cúpula en forma de esfera -una forma ésta que para Dalí representa el símbolo Monárquico metafísico por excelencia-. Fue entonces, bajo esta luminosa cúpula, que mi emoción llegó a su punto álgido, al pisar con mis propios pies la tumba del profeta.
Sí, porque allí abajo, debajo de ese centro metafísico del universo daliniano se halla la lapida, tumba y restos mortales de SALVADOR DALI Y DOMENECH. Me hallaba pues, a dos palmos escasos de los restos mortales momificados del profeta Dalí, dos palmos de dura piedra que, analizados de manera más científica o metafísica, no eran dura piedra sino simplemente frenéticas partículas atómicas en movimiento, saltando y brincando en genial y armoniosa euritmia, buscando la belleza... y encontrándola.
Cumplido esto, y después de visitar las diferentes salas, me dispuse a entrar a la exposición de joyas que el mismísimo Dalí diseñó, como objetos preciosos surreliastas para diferentes joyerías, exposición que se muestra en un recinto aledaño al museo, y ocurrió que aunque no soy nada aficionado a este tipo de lujos, quedé sin embargo fascinado completamente por las mismas, pues no eran simples y valiosas joyas, nada de eso, sino ricas piezas engarzadas en magníficos diseños que se movían mediante escondidos mecanismos mecánicos.... Unas joyas que parecían cobrar vida, como por ejemplo una 'joya-corazón' que latía, y en cuyo latir mostraba su interior sangrante, compuesto de pequeñas piedras rojas, emulando la sangre...
Cumplido esto, al día siguiente nos dirigiríamos hacia el lugar clave de la visita, la casa de pescadores de Port lligat en Cadaqués, la auténtica y única casa que, como residencia fija y aunque solo por temporadas, moró la inseparable pareja GALA-DALI.
English: The bay of Portlligat in Cadaqués (Catalonia, Spain) with the Casa-museu Salvador Dalí (Salvador Dalí’s former house now a museum) in the background. (Photo credit: Wikipedia)
La mañana siguiente, el día apareció cálido y despejado, como uno de esos días perfectos en los que la 'tramontana' deja el cielo vacío y limpio, un día cuya calidez invitaba a los valientes a bañarse en la playa de esa magnifica bahía de Cadaqués que es Port LLigat, una bahía resguardada por islotes que la convierten en algo así como una escondida y tranquila ensenada, ideal para esconderse del mundo y pasear plácidamente en barca, pues sus plácidas aguas la convierten en una especie de lago enorme, y donde en su día, nadaban de noche y de día los cisnes que Gala y Dalí tenían.
Sí, llegó el momento cumbre y trascendente de adentrarse en la más profunda intimidad del binomio Gala-Dalí, su casa, y tras sacar la entrada que teníamos reservada, pues la visita es posible sólo bajo reserva, se abrió la pequeña reja que daba la bienvenida al pequeño tramo de escaleras que da entrada a la misma, abriéndose por fin la puerta principal que da lugar a la primera estancia, la famosa estancia del recibidor del oso...
En ésta, nada más entrar, eres recibido por un enorme oso blanco disecado, con un arcabuz y un montón de abalorios en su cuello, el lugar primigenio donde Salvador Dali junto a Gala se irían trasformando, día tras día, en el DALI que mundialmente todos conocemos. Sí, me encontraba por fin en el famoso y pequeño recibidor del oso, que se corresponde con la primera y pequeña barraca que compró el gran Dalí, una barraca de pescadores, sin luz ni agua, que Dalí compró a Lidia de Cadaqués, la mágica y paranoica pescadora de Cadaqués que en tan buena estima tuvo siempre a la pareja, una barraca donde refugiaron juntos su amor, ajenos a todo y donde en principio debieron pasar 'las de caín', no sólo por su estrechez sino por la falta de servicios básicos como luz y agua.
La historia siguiente creo que ya la conocen, barracas y más barracas junto a ésta, que Dalí fue comprando, año a año, a otros pescadores y que en un auténtico e increíble juego de arquitectura fue uniendo entre sí, convirtiéndola en una auténtica casa laberinto, una casa que una vez acabada, pues estuvo siempre en obras, conforma la más extraordinaria casa de cuantas haya visto en mi vida: extrañas estancias, rincones, pasadizos, biblioteca, terrazas a enormes jardines, el patio con la extraña e impúdica piscina en forma de falo, donde Dalí recibía y realizaba sus fiestas al atardecer, el palomar donde realizaba happening y mega-esculturas, la sala de pájaros, la increíble sala oval en forma de erizo, y el dormitorio principal y único de toda la casa -este universo daliniano no admitía ser molestado y no tenía dormitorio de invitados- y, por fin, el mágico estudio de trabajo del maestro, lugar de donde salieron la mayoría de los cuadros que todos conocemos, y donde Dalí trabajó incansablemente día tras día.
Faltan muchos más detalles por contarles de la misma, pero no es esta mi intención, sino contar mis impresiones personales que yo sentí en la misma y que fueron de ''auténtico shock''.
Se las resumo así: no he visto nunca un lugar tan mágico y con tanta y variada vida como esta casa de Dalí y Gala de Port Lligat: magia, auténtica magia que convierte la casa en algo vivo: se lo juro, tan vivo como si el mismísimo Dalí hubiera salido de ella hace cinco minutos y estuviera a punto de volver a entrar en cualquier momento, como si no la hubiera abandonado nunca, como si hubiera quedado impregnada de esa enorme vitalidad de la que durante tantos años la nutrió su dueño...
Un hecho éste que, pensándolo bien, no corresponde de ninguna manera a una casa que lleva ya más de treinta años cerrada y sin sus dueños. Una casa, en sumo, que encierra una energía intemporal, el espíritu que el propio Dali le impregnó hasta el ultimo rincón o detalle, una impresión esta que pueden comprobar por ustedes mismos, acercándose hasta la misma, y verán si es cierto o no lo que les cuento.
No, no fue esta una visita normal, de ninguna manera, sino la más extraña y rica experiencia que he vivido en mi vida, y eso que tengo mucho vivido y corrido por el largo y ancho mundo...
Salí anonadado, dirigiéndome hacia el embarcadero que hay pegado a ella, y subiéndome a la misma barca en que Gala navegaba diariamente por este calmado mar, una barca que perteneció a Gala y Dalí y que actualmente pertenece a los herederos de Arturo Caminada, fiel chófer y persona de máxima confianza del propio Dalí, en la que estos actualmente realizan paseos por la bahía para los turistas.
Una vez experimentado todo lo recientemente contado, y de regreso al hotel, el objetivo estaba casi cumplido y tan solo faltaba culminar la ultima visita a Pubol, el pueblo donde se halla el castillo que Dalí regaló a Gala en la ultima etapa de su vida en común...
Nos dirigimos pues, al día siguiente, hacia el último escenario de esta historia, el castillo Gala-Dalí, en la localidad de Pubol, muy cerca éste, de otra localidad llamada la pera. Pubol no es un pueblo costero como Cadaqués, sino que está escondido en la recóndita llanura bajo-ampurdanesa, una zona de estrechas carreteras llenas de largas y peligrosas rectas que unen unos pueblos sin excesivo encanto, a diferencia de Pubol, majestuoso y medieval pueblo del estilo de Pals -famoso por su magnifica arquitectura medieval y relativamente cercano a este-.
Nada más llegar a Pubol, tras aparcar, nos dirigimos por una empinada calle hacia el escondido lugar donde se halla el castillo, última estación de esta bella historia de genialidad y amor que fue Gala-Dalí.
Nada más entrar en el castillo, fuimos recibidos por esa austeridad de las construcciones medievales, con sus jardines arbolados y su lánguido estanque, donde Gala, después de comer gustaba pasear, no solo su aburrimiento, sino el cénit de su vida. La visita continuó con las diferentes estancias palaciegas, que exhalaban un sentimiento inequívoco de posteridad, de devenir más que de surrealismo...
Unas estancias con cierto encanto, sí, pero que destilaban una energía de derrota, de lamento y muerte.
Fue aquí donde, una vez muerta Gala, inmediatamente se trasladó Dalí, abandonando para siempre la casa de Port LLigat, instalándose y sin apenas salir de la que fue la habitación-dormitorio de gala. Una habitación en la que se cumpliría la otra parte que el destino que le tenía reservada a Dalí, un destino muy alejado de su mundo alegre y surrealista. Es un destino tan realista y trágico y como la vida misma, pues fue en este cuarto y por accidente donde ocurrió el fatal incendio que casi le costó la vida al genial pintor, dejándolo maltrecho, con horribles quemaduras y en una fragilísima salud para el resto de sus días.
Sí, un extraño encongimiento de estómago me acompañaba durante toda esta visita, un encogimiento debido a la enorme congoja y sentimiento de tristeza que, por causas desconocidas, sentí en aquel lugar, una congoja que claramente ahora comprendo y que simplemente fue la trágica tristeza que encerraban e irradiaban esos centenarios muros.
Pero fue al poner punto final a este paseo por los escenarios dalinianos, donde mi congoja se transformó en enorme tristeza. Donde mi alma quedó desgarrada. Y fue al visitar la ultima de las estancias visitables: la fría y recóndita cripta, donde se halla la tumba de la que fue musa, amante y guía en vida de Dali. Una fría y profunda cripta donde hay dos tumbas juntas: en una de ellas descansa Gala. En la otra, pegadita a esta, es donde deberían descansar los restos de Dalí, y que por alguna causa que no conocemos, no están. Este hecho y la enorme tristeza que durante toda la visita sentí, causó en mi un desasosiego indescriptible causado por un triste final.
Un triste final pues, para una historia que simplemente acaba como acaban todas las historias en esta vida: hasta las más hermosas y extraordinarias, como fue la historia Gala-Dalí.
Pero no quiero dar la impresión a nadie de que este fatídico broche, con su innegable e inevitable áurea de tristeza, sea el que ponga punto final a esta bella historia, pues no es así de ninguna manera: esto sólo es una parte de la vida y de la experiencia. La otra parte -la alegría, la vida, Dalí y el surrealismo- continúan llenos de vida y de vivos secretos, tanto en el Museo Dali de Figueres como en su vivísima y alegre casa de Port lligat, donde Dalí parece que puede aparecer en cualquier momento y pillarnos de improviso...