YA LLEGA LA NAVIDAD, ¿A QUIÉN PRETENDES ENGAÑAR?
Ya estamos en Navidad y el páncreas empieza la desenfrenada carrera productiva de insulina intentando seguirle el ritmo a nuestros enfermizos hábitos de consumo. A golpe de silbado marketiniano, las industrias se alinean para anegar el mercado de mensajes apuntando hacia la misma dirección: acrecentar la sensación de bondad en el oscuro corazón del ser humano, acunarlo en la idea de comunidad y participación de un mismo todo que dará el sentido a su experiencia vital. A partir de ahí, todo vale. En cada esquina espera una nueva boca que alimentar, un niño, un perro, un hombre o mujer sin hogar. Las ONG hacen el agosto en Diciembre. Y las industrias aprovechan la ñoñez generalizada para clavarnos sus puñales por la espalda, con una sonrisa vestida de Papá Noel, los reyes magos, los renos y sus camellos. Camelando, los camaleones preparan esa camada de leones que no tendrán miramientos a la hora de pedirnos la tarjeta. "Ya vienen los reyes, aguijoneando y le traen al niño místicos pañales"
Esta nueva entrega del clásico de Dickens nos llega así, por casualidad y tenemos grandes problemas para aceptar la doble vertiente de la adaptación. No, no hemos leído el libro original, tratamos de evitar los cuentos y fantasía por albergar sólo vacío interno. No es el caso de "Christmas Carol". Su transfondo siempre es el mensaje y moraleja que podemos perfectamente firmar desde estos lares y que sin embargo, no podemos más que rechazar la manera en la que nos tratan de meter en vena por vía central, sin casi pedir permiso, la importante misiva de que hay que ser bueno con el prójimo. Un anuncio tan certero como simplista corre el peligro de no ser entendido por la mayoría como se debiera o tratado de manera incorrecta, como en el caso que nos ocupa y ser más pernicioso que productivo.
Lo que más nos ha impactado es cómo se pone de manifiesto espléndida sordidez de Ebeneze Scrootge. Rácano, ruin, tacaño. Un miserable despojo humano cuyo máximo placer y razón de vivir reside en alimentar su creciente avaricia. Un hombre solitario que pasa por amargado debido a su larga (pero lúcida y acertada) disertación sobre la estupidez de la Navidad:
¿Cuántos "Feliz Navidad" son de verdad y cuántos no? Para fingir un dás al año que los humanos no somos bestias que podemos transformarnos. Si fuera verdad, si fuera posible para los mortales mirar el calendario y pasar de lobos a corderos ¿Por qué no hacerlo todos los días? En vez de ser buenos sólo un día, ¿Por qué no sonreimos durante todo el año y tenemos un día en el que somos bestias y nos ignoramos? ¿Por qué no podemos cambiarlo? Sería un día en el que todos seríamos libres de decir a quienes nos rodean lo que realmente pensamos de ellos. La verdad sin lacitos de colores.
Ebeneze Scrootge pasa por misántropo y resentido con semejante monólogo y eso es lo que nos molesta profundamente. La falsedad de estas fechas y su almidonado mensaje de paz y amor para todos los seres vivos debe denunciarse sin que por ello uno haya dejado de creer en el ser humano, en su bondad o en la esperanza de un mundo mejor, aunque muchas veces cueste lo suyo. Cuando el resto del año todo parece ir en sentido contrario: se sacan los ojos sin escrúpulos a pesar de haberse sentido más en consonancia con el prójimo, más integrados, más humanos y bondadosos. La bondadosis es la enfermedad navideña que constantemente apela a nuestra DOCILIDAD y DOMINACIÓN y aunque creamos, como Scrootges, que todo es una profunda mentira, vendrán los fantasmas del pasado presente y futuro a inocularnos el miedo a través del mensaje siguiente: "Si no haces el bien y te apartas de tus semejantes, morirás solo y nadie recordará tu nombre". Y ante esta lectura del cuento de Dickens no nos queda otra opción más que la de protestar y decir que el mensaje es de una toxicidad radioactiva, idioactiva.
Visualmente la producción nos ha dejado atónitos incluso al finalizar los 3 capítulos nos quedamos totalmente boquiabiertos de la severidad de los personajes, de la intimidación que provocan, de su creciente complejidad a través de las versiones. No obstante, una voz interna nos indica que algo chirría, que sí pero no. Apelamos a nuestra racionalidad y, efectivamente, como ya hemos expuesto llegamos a la conclusión de que tanta producción alberga un peligro inminente, nocivo y en plena conciencia hacemos sonar las alarmas ante la avalancha de toxicidad.
Vale la pena visualmente pero cuidado con el pringue Navideño que infla de gas los sentimientos de felicidad. Un alfiler es suficiente para hacer estallar el globo que nos han inyectado.