Terrorífica, psicológicamente terrorífica. Te pones una máscara y una capa, enfoques oscuros para que no se vea nada y ya tendremos el terror psicológico
Sólo de pensar que hemos tirado por la borda 4 maravillosas horas pudiendo haberlas empleado en cualquier otra productiva se nos llevan los demonios. Teníamos que quedarnos a ver el final de Ares porque estábamos esperando que nos revelaran los misterios de la historia de Amsterdam. Como ya dijeron sus creadores en el artículo que publicamos antes del estreno de la serie (LEER AQUÍ) ¿Cómo pudieron los Países Bajos hacerse tan ricos en el siglo XVII?
Los ingenuos como nosotros, que estén esperando algo que no sepan ya que vayan cambiando de canal. En Ares encontraréis chorradas inconexas a mares. En un último chasquido se encarga de sumirte en el charco del chasco como todo lo que se viste de terror, sectas, magias, intrigas paranormales. Al final del suspiro revela aquello que nada tiene que ver con las cuatro horas que te acabas de meter entre pecho y espalda casi sin pestañear a pesar de la modorra que entra cuando la puesta en escena quiere imitar a "Eyes Wide Shut". Dentro del lenguaje de estos jóvenes creadores con el que NO conectamos, suponemos que tendrá algún tipo de sentido pero lo que hemos visto nosotros es una cascada de chorradas despeñándose vertiginosamente por los cañones de la embarcación llamada Esperanza. Lo único sacado del siglo XVII son los modelitos de los actores que parecen haber pasado por la manos de "Vlad el empalador" de la Transilvania del siglo XV.
Dentro del delirio sectario encontramos a Rosa (Jade Olieberg), una chica demasiado ambiciosa que siente la injusticia del nepotismo sociedal que la rodea. A penas se hace referencia a su origen mixto (mitad surinamesa y mitad holandesa) con la consiguiente problemática racial que acompañaría la justificación con la que se escuda parte de la mediocridad. Es estudiante de medicina en la universidad de Amsterdam. Su mejor amigo es Jacob (Tobias Kersloot) estudiante de economía y tras 3 meses desaparecido, de repente vuelve a su vida como si nada. Esa misma noche Rosa conocerá a un trío de estudiantes encabezado por Carmen Zwaneneburg (Lisa Smit) de los cuales Jakob tratará vanamente de apartarla.
La madre de Rosa está enferma de la cabeza pero sin más indicaciones. Repetidos intentos de suicidio mantienen a Rosa pendiente de ella mientras su padre sale a trabajar y todo ello contribuye a que se sienta infravalorada. La universidad es una pérdida de tiempo constante en la que la asistencia a clase no aporta valor al material del que ya se dispone. El esfuerzo y la constancia infundados por su familia como los fundamentos del triunfo dejan de tener sentido en una sociedad sectaria en la que prima la sangre, los favoritismos, el pertenecer a la élite.
El pasar a formar parte de Ares representa tener acceso a todo aquello que no se gana con esfuerzo sino con poder. Pero como todo anverso tiene su reverso, lo que no se consigue por meritocracia se paga con humillación y la poca dignidad que se posee cuando el poder sobre uno mismo es ejercido por otro. Pedir o deber un favor mantienen la misma relación con el sujeto encadenando al sujeto. Los trapos sucios y las mentiras se acaban pagando un día u otro y no tiene porqué ser ante los ojos de nadie más que de uno mismo. Todo lo que no decimos nos hace enloquecer.
El miedo al fracaso, el miedo al mismo miedo, el miedo a no saber hasta dónde puede llevarnos nuestra propia mente.
Vale, hasta aquí pillamos el mensaje pero nos sobran los planos de Beal el monstruo de las galletas y las metáforas de pacotilla que nos suenan a patrañas para ocupar metraje sin aporte calórico. ¿Qué tienen que ver los dedos podridos y potar petróleo? Es una simbología con la que sencillamente no conectamos. Si el contenido del mensaje es el que captamos, lo hacemos de chiripa porque en Ares sintonizamos con la radio en japonés.
A muchos se les caería la cara de vergüenza (y nunca mejor dicho) de mirarse al espejo.