NO HABRÁ TREGUA PARA EL ESPECTADOR
La tregua es una de esas series que te deja hundido en el sofà con ganas de más. Sorprendente producción belga en la que no falta el sobresaliente suspense sin suspenso, la destacable dirección y trabajo de los actores y el brillantemente retorcido guión.
El inspector Peeters está de vuelta a su pueblo natal de las Árdenas belgas después de haber estado inmiscuido en una operación donde varios agentes perdieron la vida. Nada más llegar, aparece el cuerpo sin vida de un togolés, Drice, jugador de fútbol de la tercera división. El caso es cerrado inmediatamente dando por supuesto el suicidio del jóven pero el inspector Peeters, haciendo uso de su intuición y aplicando el debido protocolo de actuación, empieza a desenterrar motivos que podrían tener los habitantes del pueblo para querer asesinar a Drice. Un casero xenófobo, la mafia albanesa, un grupo de sadomasoquistas, celos, envidia... a medida que avanzamos en la primera temporada, tirando del hilo, va apareciendo un listado de sospechosos susceptibles de haber matado al togolés.
¿Mama qué será lo que tiene el negro?
Los trapos sucios de todo un pueblo se exponen con gran maestría. Sin prisa pero sin pausa se van destapando las fobias y filias de cada uno de los personajes yendo a buscar lo más retorcido de la esencia humana.
Sombría, lúgubre y desafiante, no se le ofrece tregua al espectador que se mantiene en vilo esperando la próxima dosis de adrenalina. Sus piezas están fantásticamente encajadas aunque algún descuadre nos pueda llegar a engañar. El engranaje es perfecto.
Juega con dos líneas temporales y nos movemos constantemente entre idas y venidas que representan un reto para la producción pero no para su seguimiento.
Entretenida y subversiva la ficción europea está ganando terreno a la americana rompiendo moldes y presentando personajes más humanos, imperfectos y patéticos. Indaga en todo jardín secreto que mantenido a la sombra. Destruye la imagen de pueblo que podemos tener en nuestro imaginario y sus habitantes se calibran por su naturaleza real. Quiebra el silencio de los tabues sociales: muerte y sexo reivindicando su existencia a pesar de lo sórdido que nos pueda parecer. Todo lo que nos muestra existe.
Cuántas veces hemos oído el testimonio de los vecinos de algún asesino por televisión: "parecía tan normal" o "era un chico muy educado, cuando lo cruzábamos en la escalera siempre saludaba".
El inspector Peeters lo tiene claro: "nunca se conoce suficientemente a nadie" y deberíamos quizás añadir "ni a uno mismo"
El gran mérito de esta serie, además de lo nombrado anteriormente, es sin lugar a dudas su guión. Cómo a día de hoy, todavía se puede hacer un thriller donde las piezas tengan todas un pasado, un presente y un futuro y ninguna de ellas aparezca de la nada por arte de magia sino que esté calculadamente insertada y adquiera sentido cuando aparezca.
Cada capítulo nos invita a jugar al detective y aceptamos porque al final no aparecerá el primo del togolés que cogió un avión porque le debía dinero. Las intrigas se exponen desde el principio y se resuelven en el mismo círculo cerrado en las que se abren.