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Tras la inesperada muerte de su marido, Stephan Fazius (Johannes Zeiler), el día de su 25 aniversario de casados, Karla Fazius (Anke Engelke) decide convertirse en oradora funeraria. La pérdida de Stephan ha dejado un enorme hueco en el seno familiar, una estela de preguntas sin resolver y una cuenta bancaria casi al descubierto.
Karla no entiende su actual situación financiera. ¿Cómo es posible que el dentista que se ganaba tan bien la vida tuviera tal fragilidad económica? La amiga de ambos, Judith (Natalia Del Riego), parece saber más de lo que cuenta.
Karla descubrirá que Stephan tenía alquilado un garaje sin que ella lo supiera y que muchas de las respuestas se hallan entre esas 4 paredes. 25 años no fueron suficientes para conocer a su marido. Los hijos de la pareja, Tonio (Juri Winkler) un adolescente con problemas de socialización y Judith (Nina Gummich) una joven que se dedica a la fotografía publicitaria, acusan la pérdida poniendo patas arriba su existencia.
Tras el discurso de Karla en el funeral de su marido y ante la apremiante necesidad de trabajar, se pone manos a la obra para incrustarse en la funeraria de Andreas Borowski (Thorsten Merten), la misma compañía que preparó la ceremonia de despedida de Stephan. Lo que Karla no sabe es que el pequeño negocio familiar de Borowski está a punto de quebrar. Borowski ha recibido una interesante oferta para ser absorbido por la cadena de pompas fúnebres Eitner y aunque él se resista, el imperativo de la realidad no se amilana.
El hijastro de Borowski tiene una mórbida pasión: fotografiar a los muertos. La hija de Karla es una apasionada de la fotografía. ¡Link!
Karla y sus métodos particulares de customizar al máximo las ceremonias saliéndose de las reglas protocolarias de la industria funeraria, no entusiasman a Borowski pero parecen satisfacer a la clientela...
CRÍTICA DE LA SERIE LA ÚLTIMA PALABRA - CEC SERIES
Un padre de familia muerto con un alquiler desconocido. Las recurrentes apariciones del muerto ante Karla para procesar una pérdida sembrada de preguntas. Unas pompas fúnebres a punto de ser absorbidas por una cadena mayor... ¿Todavía no os suena la canción?
Con MUCHO menos arte que la gran "A dos metros bajo tierra" y sin una sola pizca de gracia, este drama alemán provoca sopor, letargo y aburrimiento extremo.
Entre el primer episodio y el cuarto, donde hemos tenido que abandonarla por ser absolutamente insufrible, no ocurre NADA. Es lenta en el mal sentido de la palabra y los capítulos parecen hacerse interminables.
Vemos desfilar una serie de casos para los cuales Karla parece tener "La última palabra" idónea: un marido cuya esposa ha muerto de cáncer, un forofo del fútbol, una mujer cuya madre nunca tuvo una palabra amable para ella, etc. Y todos ellos deben hacer frente al adiós definitivo.
La serie deja claro que los funerales son ceremonias creadas únicamente para que los vivos puedan procesar la pérdida. Marcan una escisión entre el ayer y el presente. La muerte irrumpe de imprevisto y el que estuvo cenando con su familia puede no estar para el desayuno. Es por ello necesario trazar en la conciencia del que se queda, una línea divisoria entre la vida y la muerte.
La actriz principal, Engelke, dijo que al igual que en la vida real, el drama y el humor chocan constantemente. No obstante, no hemos logrado ubicar el humor en la absurdidad. Y es que el "absurdo" es un género peligroso y el buen manejo del mismo requiere altas dosis de inteligencia. La creación de un contexto y la construcción de una estructura que englobe y limite este absurdo son fundamentales para que la misiva comunique la ausencia de lógica en cualquier terreno.
En este caso, todo rastro de perspicacia, sagacidad o ingenio ha sido incinerado: "Cosas que perdimos en el fuego". Si las perdiste es que no eran importantes.
"A dos metros bajo tierra" logró plasmar con exquisita precisión la incoherencia de la vida, o de la muerte pues ambos extremos se tocan en el ciclo de la vida.
"La última palabra" no llega a nada, se pierde por el camino, se olvida del público y no consigue que éste se interese por ninguna de las vidas que retrata. La peor parte se la lleva Mina, la madre de Karla, cuyo personaje es caprichosamente inaguantable. Su presencia quiere dar a entender que efectivamente, no siempre palma el que más se espera que lo haga. Bueno, vale, ¿Y qué más nos aportan con el niño que se mea, la hija que redescubre la pasión por la fotografía, el payaso del amigo...?
No entramos en su humor, si es que lo tiene, tampoco vemos un aporte reflexivo y lo peor es que NADA en la serie logra emocionar, conmover o hacer sentir al público. Las historias están en la calle, sí, pero hay que tener arte para plasmarlas.
Como diría Boris, el personaje misántropo, cascarrabias de Larry David en "Si la cosa funciona" (que en este caso NO funciona": "Nada, cero, niente".
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