El guapo, la guapa, el listo, la buena y el rarito
Es 1998 en Istambul, Turquía, un grupo de adolescentes problemáticos entre los que se cuentan: el inteligente y cínico Osman (Selahattin Pasali), la hermosa Eda (Alina Boz), una adolescente ligera de ropa y de ecrúpulos, el nihilista Sinan (Mert Yazicioglu) abandonado por sus padres desde los 14 años y calificado de enfermo mental por el profesorado y Kerem (Kubilay Aka) el ex-jugador de baloncesto con problemas de violencia que terroriza hasta al equipo directivo.
Todos por separado parecen disfrurtar del caos que se crea minutos antes de un debate entre la escuela de los chicos y la rival. Con un incendio casi provocado por Sinan, el consejo escolar se reune para decidir si expulsar o no a los chicos. La maestra y defensora de este grupo de alumnos es Burcu (Pinar Deniz), gracias a su voto, Osman, Eda, Sinan y Kerem logran salvarse pero Burcu y está a punto de ser trasladada por motivos personales a finales de curso.
Sin ella, serán expulsados en cuestión de días. Deben encontrar entre los cuatro una razón para que se quede y esa razón se llama Kemal (Kaan Urgancioglu). Gracias a la ayuda de la delegada de alumnos Isik (Ipek Filiz Yazici), coaccionada para participar en las canalladas, elaborarán un "maquiavélico" plan para que el amor fluya.
Crítica de la serie amor 101 de Netflix
Su primera temporada, que consta de 8 episodios, nos ha dejado con los ojos como platos. ¿De dónde sacarán unos argumentos tan pobres los guionistas?
Para empezar, el tema es ridículo: "Vamos a hacer que dos personas se enamoren", como si existiera la fórmula mágica para eso. Tenemos que entender que son adolescentes descreídos que no entienden el amor porque están de vuelta de todo. Sus familias exigen demasiado de ellos y no se sienten valorados por aquello que son sino por aquello que representan. Hasta ahí tiene un pase y se puede comprender, pero si hubiesen querido hacer una serie sobre jóvenes problemáticos, hubiesen indagado con mayor ahinco en las conversaciones profundas. La construcción de los personajes no hubiese tirado tanto de estereotipo vacío de contenido.
La única creación con un mínimo sentido y enjundia es Sinan. Nihilista, fatalista perseverante en su despreocupación y desgana generalizada que entra en contradicción consigo mismo cuando desea participar del plan urdido para que Burcu no se vaya. Cuando nada importa, no importa nada.
Osman es frío y manipulador, como el hombre de negocios que es pero no sabemos mucho más. Trata a su padre como su empleado. ¿Alegoría del hijo único, sobreprotegido? ¿El niño príncipe que expicaría el comportamiento de Osman?
Eda sería el equivalente de la Cheerlider estadounidense en versión "Rétame", guapa, super rebelde que pierde aceite con diálogos tan patéticos como "no como porque quiero ser delgada porque si eres delgada entonces tienes más oportunidades en la vida". Comer no come, pero empina el codo como nadie. Corre el bulo de que el alcohol no engorda. Hay maneras mucho más sutiles de mostrar el sometimiento de la mujer. Eda sueña con llegar a ser diseñadora gráfica, una profesión muy por debajo de sus capacidades.
Kerem es el deportista de élite con problemas de conducta. De familia rica, padre ausente y poco demostrativo que aprovecha la más mínima ocasión para humillar a su hijo. No sabemos mucho más.
Finalmente está Isik, alumna ejemplar e hija modelo. Su vida se basa en ser buena y hacer lo correcto para tener un futuro brillante y una mejor vida. Los chicos le mostrarán el valor de la verdadera amistad y el camino hacia ella misma.
Comentar que hay muchas escenas forzadas que no nos entran ni con calzador y que sientan las premisas de una serie hecha con la receta del éxito cumplimentando, casilla tras casilla, el formulario de clichés que venden.
Las actuaciones son correctas para el género menos la de Pinar Deniz, la profesora de lo chicos, que hace uso de los aspavientos propios de las meapilas. Fatal.
Y el profesor Kemal, un chulito duro de pelar pero tierno por dentro.
Lo mejor de la serie es la música, directamente de los 90. La visión del amor como epicentro de la trama entendido como debilidad, fortaleza y pieza principal y primordial del engranaje que mueve el mundo no nos parece del todo acertada. Por una parte la serie juega a ser didáctica y a mostrar la pureza de los personajes, valores como los de la amistad, el amor y el ser uno mismo pero a la vez tira de conceptos prefabricados y encasillados.
Todo resulta muy confuso en mensajes visuales y sonoros de dirección opuesta, tan propios de la realidad como la vida misma. Al final se deduce que todo el espectáculo montado, es un enorme teatro usado como excusa para vender una historia de amor. Trasladado al mundo: "chocholate" a la taza para mojar el churro.
Cuidado con los embaucadores.