Nos llegan frescos aires de cambio desde Málaga
Ya es extraño que una serie que refleja lo cañí no caiga en el humor de acción mutante o muchachada nui. Es la primera vez que explotamos de risa ante expresiones tales como: "tomo nota y lo archivo en mi carpeta personal de cosas que me importan un huevo". El toque soez barriobajero en su justa medida es el encargado de agregar sabor y alegría sin caer en el exceso seboso.
El estreno de dos capítulos (sin publicidad) se nos ha hecho más que ameno. Nos hemos interesado en todo momento y nuestra atención no ha ido más que "in crescendo", a pesar de las reticencias iniciales.
Dos policías muy diferentes. Ella, más seria y grave, sin apenas esbozar una sonrisa, se presenta en la comisaría de Málaga como hija del gran inspector Gómez que fue su padre. Él, todo lo contrario a lo que se podría esperar de un agente: un truhán que mantiene relación con todos los traficantes y las mafias de la zona. "El gato" es el que caza ratones, y los que mueven el cotarro lo saben. A caballo entre la ley y la delincuencia, el gato no es exactamente un policía corrupto, sino un policía de barrio: de los que persiguen una finalidad sin importar los medios, lo que implica hacer la vista gorda en algunas situaciones.
'Malaka' refleja y denuncia -apelando a nuestra comprensión- que la ley no se puede hacer prevalecer sin la contribución de los delincuentes. Por lo tanto, la criminalidad no será nunca erradicada porque al sistema le interesa, y la necesita. Tal es la carta de presentación de Malaka, así de simple y así de clara.
El consejo de sabios se reúne: La gitana La Tota y su hermano el Rachid, los nigerianos, los marroquíes y el que viene de Laputaponia.
Un nuevo tipo de polen está siendo introducido en las calles: lo llaman "el oro", y la investigación policial está dirigida a descubrir quiénes estan detrás del tráfico.
Paralelamente, y sin aparente relación, la desaparición de Noelia Castañeda, hija del respetable Sr. Castañeda. Noelia es una joven solitaria y austera, cuyas aficiones son la lectura y los paseos por el campo. No tiene carné ni coche porque no soporta la idea de contaminar, aunque toma un taxi para llegar a la casita de campo: la habitual coherencia de nuestros días.
En otro frente, un investigador privado recibe la petición de una madre desesperada: el seguimiento de su hijo de 20 años, cuyo comportamiento está resultando extraño a pesar de su juventud.
Un new beattle "verde maricón" que dificilmente pasa desapercibido. La inspectora bulímica, el inspector porrero entablando lazos de interés propio y ajeno con los maleantes del barrio. Medidas de proteccionismo, que dirían los economistas.
Desde un punto de vista objetivo, el conjunto parece absolutamente surrealista. Pero a medida que la trama avanza, el sórdido conglomerado misceláneo adquiere sentido y las vidas de todos estos personajes se conjugan alumbrando una ficción más palpable y auténtica que la misma realidad.
Un caldo de cultivo que denota un "savoir faire" de fina hilandera, capaz de embastar las asperezas de los exabruptos utilizados con maña, toreando la chabacanería para ensalzar grácilmente la vulgaridad, tornándola delicadamente sutil.