Johanne (Ida Elise Broch) es la protagonista de esta producción noruega que, a pesar de sus numerosos clichés, todavía es capaz de encandilarnos. Nos sorprendemos al tomar conciencia de la sonrisa que tenemos dibujada en la cara, idiotizados por completo por esta jóven y hermosa mujer que nos contagia la sensación de estar caminando sobre las nubes de otro planeta.
El personaje principal es una chica de 30 años cansada de que su familia esté constantemente hurgando en su vida privada al acecho de alguna novedad de índole amorosa. En un arrebato de ira y hastiada de tener que sentarse a la mesa familiar entre los más pequeños bajo la premisa maternal de su buena mano con los niños, lanza la exclusiva de tener una nueva pareja cuya presentación formal tendrá lugar el día de navidad. A Johanne le quedan 24 días para encontrar un pretendiente susceptible de ser sentado a su lado, un reto de máxima envergadura que la llevará a una serie de agitadas peripecias que pondrán de manifiesto la locura del mundo de los singles en la desesperada búsqueda de pareja estable.
Lo que empieza como un topicazo de mal augurio pasa paulatinamente a ser un caústico desfile de traumatizados y quijotescos freaks y patéticos personajes masculinos que nos hace estallar en sonrisas y lágrimas reconociendo el perfil de lo que viene a ser la estructura básica de lo que hemos vivido en carne propia sin que el género de uno tenga la mayor relevancia. En todo lo que se nos expone contemplamos, no sin asombro, extraordinarios parecidos con seres de nuestro círculo íntimo.
Navidad en casa es mucho más que un relato (des)esperanzador sobre el paso del tiempo y el arraigo de las manías que encurvan, moldean, perfilan hasta doblegar nuestro comportamiento natural. Nos percatamos que con los años, uno se encierra en aquello que le aporta seguridad y desecha las ganas de descubrirse y ampliar sus miras ante y junto a otra persona. Los miedos y temores de un nuevo desamor se hacen patentes a lo largo de la serie. La necesidad apremia a la vez que la imposición de las rarezas propias que creemos actúan como guardianas de nuestra intimidad... ¿De qué protección debemos alardear si la misma nos llevará a aquello que precisamente tememos? Un efecto Pigmalión que acaba en un nuevo absurdo, en empezar desde cero, una y otra vez.
Es por ello que entre la multiplicidad de personajes con los que Johanne se topa, encuentra alivio en un chico de 19 años, 11 años menor que ella. Sin hacer caso de la etiquetas sociales, sin considerar la brecha temporal que los separa ¿Cómo se explica que pueda hallar más comprensión, complicidad y escucha en un "niño" que en un "adulto" de su quinta? ¿Será que los parecidos y lo que necesitamos no se pueden encorsetar ni colimar con variables concretas, geográficas o naturales? ¿Será que lo que nos hace sentir bien se mantiene intacto durante la juventud cuando la socialización no ha todavía matado las esperanzas ni las ganas de vivir? ¿Será que lo que nos da aire y permite seguir vivos está fuera de los límites impuestos por la rutina? ¿Será que con el tiempo vamos precisamente amoldándonos en la comodidad del que no tiene que luchar por nada porque ya nada importa?
Una serie que manda al carajo lo políticamente correcto y las leyes protocolarias. Una oda a la vida (NO AL CARPE DIEM con el Coixet nos ahoga en su empalagoso y ahumado FOODIE LOVE) y al amor que apuesta por ponerle vida a los años y no años a la vida.
¿Nuestro personaje preferido? La abuela con EPOC que ruega para poder fumarse un último cigarro, porque quizás sea ese el útlimo, que ha exprimido los 85 años de vida, hasta la última gota y que ya, en su lecho de muerte (aunque nunca se sabe) está orgullosa de poder invitar a tomar aire a todo el que le recomienda dejar el vicio y comportarse.
Nos queda la inmensidad de la sonrisa y la profundidad del sentimiento de que si la cosa funciona, como dijo Woody Allen, pa lante con las miras a lo grande.