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Ambientada en Munich en 1900, la historia gira en torno a una joven, Clara Prank (Mercedes Müller), hija del conocido cervecero y restaurador de Nuremberg, Curt Prank (Mišel Maticevic, "Babylon Berlin").
Clara desembarca en Munich desde Berlín y su padre le ha asignado una carabina, la pícara Colina Kandl (Brigitte Hobmeier), para controlarla. Pero tras escapar ambas a una fiesta en la cual Clara se topa con un joven con el que mantiene el idilio de una noche de locura, volver a la rigidez del encorsetamiento burgués resulta deprimente.
El joven en cuestión volverá a pantalla para revelarse como el hijo del fallecido Ignatz Hoflinger (Francis Fulton-Smith), Roman Hoflinger (Klaus Steinbacher, "Das Boot").
Todo indica a que Ignatz ha sido asesinado por intereses económicos. Su stand de cerveza en el Oktoberfest de Munich es codiciado por muchos. Especialmente por Curt Prank (Misel Maticevic), el padre de Clara recién desembarcado desde Nuremberg con un claro propósito: construir un "castillo de cerveza" para 6.000 invitados, 20 veces el tamaño de los puestos de cerveza habituales en el Oktoberfest.
Con la ayuda más forzada que voluntaria del concejal de la ciudad de Munich, Alfons Urban (Michael Kranz) y el secuaz Alfred Glogauer (Martin Feifel), hará lo que esté en su poder, sin importar los medios para llegar a su fin: robar cinco puestos de cerveza en el Oktoberfest de Munich, colarse en el círculo íntimo de las dinastías cerveceras y gozar de los privilegios de los altos cargos.
CRÍTICA DE LA SERIE OKTOBERFEST: SANGRE Y CERVEZA - CEC SERIES
El drama arroja luz sobre un capítulo de la historia del icónico y mundialmente famoso festival de la cerveza alemana, donde los poderosos de Munich llevan a cabo sus asuntos en secreto. La narración es previsible, tediosa y nos trae a la memoria otras producciones tales como "Freud" y "Biohackers". No por el contenido, que nada tiene que ver, pero por las chapuceras formas de plasmarlo.
La narración es "sucia" y está plagada de trabas y de ridiculeces siendo la mayor de ellas la escenificación de los caníbales a las afueras de la ciudad vestidos de salvaje en la tierra del frío. ¡Apaga y vámonos!
Por no mencionar la absurda presentación de la srta. Kandl y cómo logra deshacerse de las otras aspirantes al puesto de carabina. La obviedad que pretenden demostrar con la escena Prank atesorando la pistola de oro como si el público no pudiera atar cabos por sí solo y deducir lo que salta a la vista en el momento de la comunicación del deceso de Ignatz.
Que el benjamín de los Hoflinger es gay, se sabe desde el momento en que empuña un lápiz. Se huele a la legua. Que Clara ansía la libertad también. Con recitar a Nietzsche parece que tenga que elevarse el nivel de la producción pero lo cierto es que se pone de manifieso el "quiero y no puedo".
Entre toma y daca del guion, nos embuten una demostración feminista de represión como lo fue el uso de corsé, la mujer como moneda de cambio, la mujer como posesión, la mujer como adorno. La imagen virginal de la hembra que debía preservarse por los siglos de los siglos en un discurso demasiado sobado que no aporta nada nuevo y contribuye a enranciar la tendencia del momento.
La serie retrata dos dinastías cerveceras que luchan por el dominio del famoso evento mientras que los hijos de ambas se enamoran el uno del otro partiendo de una noche de locura. Como si el enamoramiento surgiese de un polvo mágico que todo lo contamina. Cansino y tóxico porque refuerza esta idea de que primero hay que encamarse y luego aparecen el afecto y el cariño.
Una epopeya familiar de escala shakesperiana donde las traiciones y los golpes bajos están a la orden del día. Una burda producción alemana tan tosca como el tiempo que representa. Torpe y lenta se nos hace insoportable seguir este divertimento sin consecuencias.