AMETRALLANDO UN RADIO DE 360º
La nueva serie de Ryan Murphy arremete contra la política y su falta de escrúpulos tomando como marco de referencia la guerra presidencial que llevan a cabo los alumnos de un insituto americano. Una mirada dirigida hacia un sistema cerrado pero perfectamente extrapolable al marco social. Sutil no es el adjetivo que calificaría a "The Politician" donde la moral y ética de los concursantes es mirada con holgura poniendo de manifiesto la tiranía de la competitividad que existe en el mundo en general y en particular en el de la política. Encontramos a un sadónico Ryan Murphy de vuelta de todo, ametrallando sin piedad un radio de 360º.
Payton Hobart (Ben Blatt) es un estudiante modélico e hijo de una acomodada familia. Su madre, Georgina Hobart (Gwyneth Paltrow) se dedica a pintar cuadros y a ser mujer florero. Unida en matrimonio al millonario vejestorio Keaton Hobart (Bob Balaban) se dedica a mantener la apariencia de esposa feliz y modélica educadora de su prole entre la que también figuran Martin y Luther Hobart (¡ay estos nombres de altos vuelos y muy propios de la noble creatividad de la clase instruida! ¡Que se note que tenemos cultura, Kevin Costner de Todos los Santos!) dos gemelos incorregibles, como poco.
Los Hobart son el prototipo de familia adinerada: matrimonio por interés, impresentables niños de papá que ni estudian ni trabajan mientras esperan que las oportunidades caigan del cielo, buenas universidades a golpe de talonario que no les demandan esfuerzo alguno, machistas, engreídos e ingratos y una madre demasiado ensimismada con sus existencialismos ombliguistas propios de la insatisfacción de hembra que eligió el hombre de la pasta antes que pasar hambre y tener que arrimar el hombro.
Payton aspira a la presidencia de la escuela. ¿Representante estudiantil? ¿Delegado? Es una de esas costumbres americanas a las que somos ajenos y que nos parecen una cursilada por la importancia otorgada. De la misma familia son los "prom King & Queen", los "proms" a secas, los festivales de final de curso, las cheerleaders y, sin alejarnos tanto geográficamente, las procesiones y demás folklores de nuestra tierra. Todas las tradiciones nos parecen unos pastelazos mantenidos a flote para tratar de fomentar una cohesión llamada cultura popular diseminando el patriótico sentimiento de pertenencia.
En cualquier caso, el humilde sueño de Payton es el de alcanzar la presidencia de los Estados Unidos y para ello empieza a labrar su futuro desde el instituto. Roma no se hizo en un día, bien lo saben sus secuaces James (Theo Gemaine), McAfee (Laura Dreyfuss) y su novia Alice Charles (Julia Schlaepfer) que más que una adolescente parece una abuela. Juntos llevan la batalla de la candidatura de Payton contra la de River (David Corenswet), un apuesto y carismático joven y la odiosa y diabólica novia de éste, Astrid Sloan (Lucy Boynton).
Infinity Jackson (Zoe Deutch) es una adolescente que adolece de cáncer. Payton aprovechará su condición de enferma para utilizarla a favor de su campaña y ganar votos. Vive con su abuela, Dusty Jackson (Jessica Lange), una polvorienta reliquia del pasado que no tiene miramiento alguno en servirse de la enfermedad de su nieta para conseguir favores sociales usando malas artes como el sentimiento de culpabilidad para conseguir aquello que persigue.
Aunque estemos muy a favor de la crítica mordaz, el fondo de burla intencionada se mezcla visualmente con el empedrado de colores y las actuaciones subidas de tono que acaban por empapuzar al espectador cayendo lamentablemente en el exceso y desacreditando su misiva. El sarcasmo es bienvenido siempre y cuando se haga buen uso del mismo. Saber calibrar la cantidad exacta para no desmerecer la amplitud de la obra forma parte del arte creativo. Desde nuestro punto de vista, Murphy se ha pasado de rosca en este caso y aunque el mensaje es alto y claro se pierde en el abuso de utilización de medios para hacernos entender que todo es una farsa, que estamos en una sociedad cruel sin escrúpulos en la que los fines justifican cualquier medio. La utilización de las grandes etiquetas sociales nos hace entender que el factor clave de éxito no es el contenido del mensaje sino el continente y precisamente por ello, quizás haya decidido revestir a sus personajes de coloridos ropajes y caretos sobreactuados pero la superación de los límites del mucho al excesivo quemando al espectador con su causticidad y diluyendo el producto acercando su PH a 7.
Todo queda en una simpática pulla histriónica cuando debería ser alarmante la solemnidad del mensaje.
