Adrenalina, Henry Cavill y otros instintos básicos.
La serie del momento hasta que deje de serlo. El guaperas del momento hasta que aparezca el siguiente. Más de lo mismo de siempre.
Nos apartamos del sendero.
El inicio de The Witcher nos quiere provocar una descarga adrenalínica que nuestras mentes no sean capaces de soportar. Que nuestro juicio quede anulado, nos sintamos alucinados y nos rindamos ante tal espectáculo, con el supuesto atractivo de Henry Cavill incluido. Pero que apelen a nuestros instintos más básicos nunca ha funcionado.
El tiro de emoción a bocajarro desde la primera escena nos sienta igual que una jarra de agua helada en la espalda. La búqueda del impacto visual determina el público al que se dirige, quedando automática e irremediablemente expulsados del juego. Definitivamente, no somos su target. A pesar del fehaciente coste de producción, un profundo hueco argumental nos deja sin palabras.
La trama discurre en un mundo mágico de vocabulario inventado que no estaría mal de no ser su trasfondo totalmente nulo. Poco o nada se puede hacer en el imaginario de otro. En realidad, es una repetición o imitación de lo ya visto en otras ficciones mucho mejores, pero elevado a la enésima potencia para crear impacto. Mucho ruido, pocas nueces. Otra vez.
Predecible, previsible, prefabricada, precocinada y lista para consumir. Es una cana al aire, un carpe diem desbocado que, bocado a bocado, desata la inconsistencia furiosa del vacío sideral. Engullir como los patos (sin masticar, sin respirar y sin digerir) no es nuestra especialidad a pesar de que nuestras tragaderas sean anchas y en la mayoría de casos se vuelvan sumideros.
Una sarta de estupideces nos son expuestas desde el principio: una lista interminable de nombres, de profecías, de caras, de buenos, de malos... Todo parece (y huele) a una contrarreloj por entregar un nuevo 'Juego de Tronos' o un 'Señor de los anillos' en una ficción que carece de timonel. Una larga lista de casillas por marcar buscando la fórmula ganadora, la que mantendrá al público pegado a la pantalla y que deja demasiadas líneas abiertas sin saber manejarlas.
Pero no es todo. Aún hay más para sumar menos.
Volvemos a encontrar una figura femenina enardecida hasta la ridiculez, que acaba perdiendo fluidos y fuerza por el mismo lugar de siempre. La mona, aunque se vista de guerrera, mona se queda. Ni chicha ni limoná. La mujer independiente se queda en la sombra y aparece el capricho encaprichado de sí mismo.
Detalles que nos dejan sin explicación. Un pretendido como pretencioso cliffhanger que nunca llega nos conduce directamente al precipicio.
Una saga familiar, un brujo, un hechicero, nigromancia, magia, ilusionismo. Suma y sigue en la resta. Todo cae de nuevo en saco roto, dejándonos sin palabras puesto que nos importa un pimiento tal dimensión desconocida.
Podríamos eternizar la lista, pero no vamos a perder más tiempo. Seguro que encuentra defensores acérrimos, seguro que Cavill es el guapo más guapo del momento, hasta que aparezca uno nuevo. Seguro que es la serie del momento, hasta que aparezca otra mucho mejor y ésta decepcione a sus fans más intransigente, cual 'Juego de Tronos'. Seguro que a la mayoría de medios y personas les parecerá fenomenal hasta que deje de parecérselo. El eterno retorno.
Y nada tendremos que decir, porque lo cierto es que el despliegue de medios ha sido puesto al servicio de lo que se anunciaba. Hasta nosotros creímos en la causa. Pero esta vez, con una gran decepción a las espaldas, nos apartamos del sendero mágico.