AUTOBIOGRAFIA Y OBSESIONES EN LOOP
En plena Guerra fría, con la sombra de la debacle nuclear pendiendo cual espada de Damocles, llega "Un espía entre nosotros" que por el nombre parece otra secuela de Austin Powers y no una serie con ambiciones de gravedad.
Su constante persecución de seriedad acaba teniendo un efecto totalmente contrario y termina por resultar ridícula. Sentimo mucho comunicar que no nos ha gustado nada a pesar de sus buenas intenciones. Carece de los defectos de las producciones inglesas que tantas veces hemos señalado sin embargo, se traslada al extremo opuesto pecando de excesiva formalidad. El problema fundamental que entrevemos reside en un guión poco acogedor ceñido a 4 temas que martillea en bucle martirizando así al espectador. Éste se da por vencido en el tercer asalto y abandona el ring. Vayamos paso a paso a desgranar lo que ha provocado nuestra deserción y, avisamos, no seremos benévolos.
La serie está basada en la vida de su director Stephen Poliakoff. Su padre era un inmigrante judío ruso y su madre era judía británica. Su abuelo materno había comprado la mansión del siglo XVI Great Fosters. Siendo el segundo de cuatro hijos, fue enviado a un detestable internado en su más tierna infancia. Posteriormente, asistió a la Escuela Westminster donde atrajo suficientemente la atención para que Granny, una obra escrita y dirigida por él, fuera revisada en el periódico The Times. Después de Westminster, fue al King's College en Cambridge, no llegando a graduarse nunca.
Paralelamente, esta ficción relata la historia de Samuel Petruhki (Toby Stephens), un ingeniero ruso y judío afincado en Inglaterra y casado con una aristócrata inglesa (Claire Bloom) que perdió el estatus al contraer matrimonio con el fabricante de audífonos. O por lo menos eso creímos entender.
El resto de la familia la componen una hija de un matrimonio anterior (Lily Sacofsky) obsesivamente preocupada por un ataque nuclear y su hermanastro pequeño, fruto de la unión Petrukhin que ha sido enviado a un internado, al igual que su creador.
Debido a la baja implicación emocional del público por no presentar debidamente a sus personajes hace que entremos en el universo de Poliakoff sin vaselina. Aparecen en tromba con un desencadenante que nos estresa y nos sienta como un jarrón de agua fría en la espalda. La mala interpretación de la criatura ya nos pone sobre la pista de lo que vendrá pues a fuerza de tragar ficción uno va desarrollando un sexto sentido que le permite valorar el conjunto en los primeros minutos.
La sensación de empaque, las flaquezas y debilidades se presienten y en este caso flojea y mucho. Las historias que nos cuenta y expone Poliakoff están mal engarzadas, forzadas y la importancia que se les otorga nos resulta patética. Se trata de una trascendencia que no podemos llegar a sentir. Quedan flotando en aire con nuestra percepción de desmesuda initencionada:
- La hija mayor de Samuel debe cumplir obligaciones relacionadas con el pasado aristocrático de su madre. Presentación ante la reina de Inglaterra, clases de protocolo y toda una serie de sandeces que no podemos compartir pues nuestro linaje barriobajero no llega a empatizar con lo que supone tener que atender a bailes de palacio y apariciones en sociedad cuya finalidad es la de "pillar cacho" y un buen partido que nos mantenga. Lo único que podemos exclamar es ¡UY, pobrecita, qué lástima nos da! ¡Qué suplicio el no tener que levantarse a las 6 de la mañana e ir a la fábrica a apretar tornillos y en cambio tener que estar pendiente de las ocupaciones de la alta sociedad!
- Su postura de rebeldía nos parece extremada y puesto que no entendemos su desgracia, nos resulta absurda la actitud que supone no querer jugar a ser princesa y en cambio preferir la compañía de escritores muertos de hambre que la llevan a simulacros de bombas atómicas.
- Su obsesión por una catástrofe nuclear está mal expuesta y, de nuevo, presenciamos las escenas sintiendo lástima y rabia por la existencia de una criatura tan patética.
- La Sra. Shaw es otra que tal lo baila con el tema de la fuga de su hijo de 21 años. A ver, si el niño se ha ido de casa por algo será, deja ya de dar por saco con el niño porque al final uno está ya aburrido de la preocupación maternal. Toda acción emprendida por este personaje parte de la misma ofuscación
- El ingeniero Petruhkin y su obstinación por salvar su fábrica que podemos entender y sin embargo, sus actuaciones quedan mal retratadas y acaban en el vacío de la obnubilación.
- La mujer de Petruhkin de repente y sin darnos un porqué decide cortar de raíz las visitas a casa de los Shaw. Intuimos que son celos de la Sra. Shaw pero no podemos certificarlo porque hay un uso excesivo de las elipsis en el guión. Todo vuelve a quedar en el aire.
- El marido de la Sra. Shaw aparece, salido de la nada, en el jardín medio moribundo o con una cogorza del 15. No podemos asegurarlo pues no viene a cuento de nada.
Podríamos seguir ilustrando los vacíos de guionaje pero creemos que los ejemplos anteriores son suficientes para justificar nuestra postura ante la serie. Filmin, lo sentimos mucho pero esta vez no habéis hecho una buena elección. Además de nuestra aversión por casi todo lo inglés, creemos haber esgrimido los argumenos necesarios para defender nuestra posición y por los cuales no se puede decir que partimos de nuestras propias fobias. Nos basamos en un juicio que se apoya en bases reales.
Mal escrita, personajes incompletos, lamentablemente previsibles y patéticos, excesivo dramatismo que deja al espectador en un indiscutible fuera de juego.
