La verdad es que la sesión prometía: un capítulo de "Les cinéastes de notre temps" acerca de Andrei Tarkovski, dirigido por Chris Marker. En la sinopsis leí que contenía imágenes de la reunión del director con su hijo al que no veía hacía cinco años, cuando había decidido no regresar a su país.
Los soviéticos, fieles a su póliza de secuestros familiares, le habían negado el visado al adolescente hasta que recibieron pruebas médicas que aseguraban que a Tarkovski no le quedaba mucho. La sinopsis hablaba también de escenas de Tarkovski dirigiendo la edición de su última película, Offret, desde su lecho de muerte junto al gran Sven Nykvist, genial cámara de Bergman. Y a eso se redujo, footage extraordinario del director y sus colaboradores. La sinopsis hablaba también de otras cosas, pero ninguna merece mención.
Marker, gran cineasta a juzgar por Sans Soleil y La jetée, fracasa monumentalmente en un análisis digno de un seminario de ciencias sociales, dictado por un feminista, deconstruccionista, psicoanalista, confucionista, vegano y osteópata. La narradora que lee el guión, escrito por el recién fallecido francés, con un tono harto patético, suelta perlas como (parafraseo) “El americano ingenuo filma desde abajo para captar al hombre con el cielo inalcanzable detrás. El ruso, al menos este ruso, filma desde el cielo, donde se siente cómodo, al hombre...” o “El único cineasta [Tarkovski] cuya obra comienza con un árbol y un niño, y termina con un árbol y un niño”.
¿A quién coño le importa? ¿Cuál es la importancia de esta reflexión? Andrei Tarkovski es “el único cineasta que...” muchísimas cosas, ésa siendo, sin duda alguna, la menos importante.
Pero vale la pena. No sé si yo, por cursi, sea susceptible a ese tipo de escenas, pero la verdad es que me impresiona mucho ver a un genio, en este caso a dos, en acción. Tarkovski, con su pelo de zorro y una jovialidad que jamás dejaría sospechar que un cáncer se lo estaba comiendo por dentro (en las escenas del rodaje él tampoco lo sabía), dirige al equipo durante la dificilísima última escena de la película, en tres idiomas, ruso, italiano e inglés (si quieren ver qué quiero decir con 'dificilísima', lean esta maravillosa descripción que hace el mismo Nykvist). Se desenvuelve con una mezcla de excitación, decisión y algo de ternura cuando se dirige al equipo. No para, se pone y se quita la gorra, se la acomoda, corre al visor, levanta la mano, le dice algo a Sven en italiano, habla con la traductora en ruso, le grita cariñosamente a los actores en inglés, gesticula exageradamente. Es una máquina.
Lo vemos luego, visiblemente deteriorado, viendo la primera versión de la película desde la cama en la que yace con un pañuelo en la cabeza que lo hace parecer un diminuto pirata. De una sonrisa pasa a una cara reflexiva, los ojos oscuros y serios. Yo, hombre llano, me digo, ‘sea lo que sea que le está pasando por la cabeza, debe ser una genialidad.’
Cuenta Chris Marker que durante una sesión de espiritismo, Tarkovski entró en contacto con uno de sus ídolos, Boris Pasternak, y el poeta le dijo “Harás siete películas” a lo que el director respondió "¿Sólo siete?" y el poeta contesto "Sí, pero buenas."
Y así fue. Siete obras maestras.