El motor de la historia puede resumirse de la siguiente manera:
Dos hilarantes y excéntricos ex-suboficiales del ejercito británico que responden a los nombres de Danny Dravot (Sean Connery) y Peachy Carnehan (Michael Caine), acusados de extorsión, chantaje y contrabando (entres otras cosas), se proponen llegar a Kifiristán (hoy en día Afganistán), inhóspita región en la que reina el conflicto entre pequeñas tribus y a la que ningún hombre blanco ha llegado desde Alejandro Magno en 328 A.C.
Una vez allí, unirse a una tribu, entrenar a sus hombres en el arte de la guerra moderna, conquistar paulatinamente a todas las otras tribus y una vez con el poder de todo el territorio hacerse con el mando y consagrarse como reyes. Para lograrlo tendrán que cruzar la India y Afganistán hasta dejar atrás el paso de Jaiber. Antes de emprender la travesía firman un contrato en el que se comprometen a no tocar alcohol ni mujeres hasta lograr su cometido...
Ya con esta introducción, no sé si también ustedes, hubiera tenido yo suficientes razones para ver la película que además está basada en una novella del genia Rudyard Kipling, adaptada y dirigida por el genial John Huston.
Y si eso no es suficiente, pues sepan que les espera una aventura de dimensiones épicas, excelente sentido del humor y una profunda reflexión acerca de la naturaleza de la ambición, la amistad y el poder.
Todo esto transmitido con unos diálogos de primer nivel y una dirección magistral.
Siento mucho si esta reseña se les queda corta, pero no quiero contarles la peli, quiero que la vean y me lo agradecerán, pocas veces había estado tan seguro. ¡Que disfruten!